La fe en entredicho

(Gabriel María Otalora– Correo electrónico) Hace muchos años, más de veinticinco, el entonces arzobispo de París, François Marty, que años más tarde llegaría a cardenal, se atrevió a decir que “Dios no es conservador”. Y añadió de corrido: “Dios está por la justicia. Por eso los creyentes no podemos, no debemos consentir esas situaciones actuales que provocan violencia a los débiles, destruyendo la salud, aplastando la dignidad y la libertad de millones de hombres y mujeres. Por no haber sido realizadas a tiempo ciertas reformas, se imponen ahora bruscamente y se hacen absolutamente necesarias”.

En esta línea más “de frontera que de barrera”, todos los cristianos, sacerdotes, purpurados y laicos deberíamos aunar esfuerzos para adecuar la Iglesia a los nuevos tiempos y a la búsqueda de la paz, que en Marty era la prioridad de cualquier católico de un espíritu ecuménico, con todos y abierto a todos.

Desde una fe adulta, los cristianos tenemos que ser los principales instigadores de la gran revolución a favor del ser humano, entendiendo el término revolución en su sentido transformador de la realidad fundamentada en la solidaridad del amor fraterno.

Nuestra asignatura pendiente como cristianos es la desconfiguración de una Iglesia cada vez más extraña a las personas, al menos en el Primer Mundo, donde será difícil que se den mártires por Cristo.

Los cristianos somos víctimas de la increencia materialista y cómplices de ella. Hemos confundido la Tradición con el miedo al progreso, el reino de Dios con el reino en este mundo. El apego al poder viene de Justiniano, sí, pero nos interpela mucho más cerca el nacionalcatolicismo que llegó a identificar la moral y el poder franquista.

Poco se ha revisado en este asunto (reconocimiento de errores, perdón, gestos para la reconciliación…). Sin olvidar el déficit de la práctica de la misericordia, el verdadero eje de la justicia del Dios de Cristo y el mejor sacrificio que podemos ofrecer a Dios.

El remate ha venido con el modelo consumista a escala planetaria que amenaza cualquier intento serio de vivir el Evangelio. Por todo ello, es lógico que quienes hayan convertido su vida en una apropiación, más que en una entrega, vayan reduciendo su existencia a lo empíricamente comprobable, donde la fe lo tiene crudo para sobrevivir.

Así estamos de debilitados. Nos ven cobardes y faltos de arrojo a la manera evangélica, prisioneros de nuestras contradicciones y falsas seguridades. Diríase que desde la Reforma estamos a la defensiva, con el lapsus del Concilio Vaticano II.

Si la fe está en entredicho no es sólo por “los hijos de las tinieblas” que tan bien hacen su trabajo. En nuestro ‘debe’ está que el amor fraterno no es la senda que nos caracteriza. Ambas van de la mano con la Buena Noticia.

En el nº 2.689 de Vida Nueva.

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