La dignidad de la vida

(Carlos Amigo Vallejo– Cardenal arzobispo emérito de Sevilla)

“La muerte, siempre un misterio, pero no por oscuridad e irracionalidad, sino por el valor, la grandeza y dignidad de la persona. Es una verdadera indignidad el robarle al hombre su vida. No hay razón que puede justificar la pena de muerte, ni la impuesta por una autoridad humana”

Es admirable esa estatua. Símbolo de la justicia. Con la balanza en un maravilloso y ecuánime equilibrio. Con una venda en los ojos, indicando a las claras el alejamiento de la mirada de cualquier modo de prevaricación. Con la espada en la mano, que es señal de confianza en la probidad de los administradores de las justas sentencias.

Pero, tan admirable figura, y mucho más lo que representa, se ve zarandeada por unas incomprensibles leyes, que flaco servicio vienen haciendo al fundamento sólido del Derecho, particularmente al que se debe a los más vulnerables e indefensos.

Antes fuera la Ley del aborto, de la Salud Sexual y Reproductiva, la que dejaba la vida de la persona desprotegida y al albur de unas decisiones tomadas desde no sé qué extrañas e injustas motivaciones. Ahora se nos amenaza con la Ley de Cuidados Paliativos y Muerte Digna.

La muerte, siempre un misterio, pero no por oscuridad e irracionalidad, sino por el valor, la grandeza y dignidad de la persona. Es una verdadera indignidad el robarle al hombre su vida. No hay razón que puede justificar la pena de muerte, ni la impuesta por una autoridad humana, ni tampoco por una especie de sentencia autoadministrada. La vida, como la muerte, son intocables. Cosa distinta es la de procurar los mejores cuidados para esa persona que comienza en el vientre de la madre, y los apoyos que se han de ofrecer a la debilidad del hombre en la última etapa de su existencia en la tierra.

Cuidados de protección, primero, y de alivio ante el dolor y el sufrimiento de la última etapa del caminar por este mundo. Lejos de arbitrarias manipulaciones genéticas y de procuración del aborto, y de esas prácticas cercanas a una eutanasia inadmisible.

Ayudar a vivir. Siempre a vivir. Así lo pensamos y queremos, no sólo los seguidores del Evangelio de Cristo, sino todos los hombres y mujeres que sienten la responsabilidad de defender la auténtica dignidad de la persona desde el comienzo de su existencia hasta el de la muerte natural.

Cuidar de una verdadera calidad de vida en la que se garantizan los derechos fundamentales, en la que las personas puedan vivir en paz, en la que disfruten de bienestar, en la que gusten los valores de la convivencia, en la que sean felices mirando a Dios y sirviéndose recíprocamente como hermanos.

Decía Benedicto XVI: “Las ‘Diez Palabras’ exigen respeto, protección de la vida contra toda injusticia y abuso, reconociendo el valor de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. ¡Cuántas veces, en todas las partes de la tierra, cercanas o lejanas, se sigue pisoteando la dignidad, la libertad y los derechos del ser humano! Testimoniar juntos el valor supremo de la vida contra todo egoísmo es dar una aportación importante para un mundo en el que reine la justicia y la paz, el shalom deseado por los legisladores, los profetas y los sabios de Israel”. (Discurso en la Sinagoga de Roma, 17-1-2010).

En el nº 2.741 de Vida Nueva.

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