La Creación, en cuestión

(Gabriel Mª Otalora– Correo electrónico) En el último libro de Stephen Hawking El Magnífico Diseño (The Grand Design), el astrofísico inglés afirma que Dios no creó el Universo, sino que éste “se creó a sí mismo de la nada, espontáneamente, como única razón de que nosotros existamos”. El Big Bang se convierte en una consecuencia de las leyes físicas, sustentadas en sí mismas, en lugar de explicadoras del procedimiento por el que se operan las cosas rompiendo los límites de cualquier ley, incluidas las físicas.

Con esta aseveración, Hawking cambia de opinión respecto a la mantenida hasta ahora, en el sentido de que, gracias a la ciencia, podríamos conocer “la mente de Dios”. Ahora le atribuye al Universo la capacidad evolutiva de transformar algo preexistente y la de producir una absoluta innovación de la nada, haciendo así superfluo el papel de un creador sobrenatural.

Recuerdo otra afirmación suya anterior, en el sentido de que la ciencia jamás podrá responder a la pregunta clave de por qué el Universo se ha tomado la molestia de existir. Digo yo que será porque la creación y la evolución se mueven en planos diferentes, como la fe y la razón, que tampoco ocupan, a su vez, espacios homogéneos.

Lo que le convendría al bueno de Hawking es que, además de tanta física, se ocupase de otros asuntos menos técnicos, pero muy importantes, como la metafísica y cosas así. Por ejemplo, le sugiero que reflexione sobre el epitafio de Kant en su tumba, que dice lo siguiente: “Dos cosas en el mundo me llenan de admiración: el cielo estrellado, fuera de mí, y el orden moral, dentro de mí”.

Si no hay nada más allá, todos criaremos malvas hasta que el mundo desaparezca. Pero si existe un Dios entrañable detrás de todo, como muchos creemos, nos recibirá con una sonrisa llena de amor; lo que ya no acierto a imaginarme es la cara que pondrá Stephen Hawking delante del Gran Hacedor. Pero, sabiendo de los golpes de humor con que suele regalarnos el conocido científico, seguro que reacciona y entonces sonreirán los dos.

En el nº 2.724 de Vida Nueva.

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