La bendición de san Antonio

(Dolores Aleixandre, rscj) Asisto a la bendición de animales en una mañana gélida en Collepino que, como su nombre indica, está en lo más pino de un colle cercano a Asís. Celebra la misa un viejo capuchino con largas barbas en un garaje con las puertas abiertas; fuera están, además de un grupo de jóvenes Hermanos de Jesús y del Evangelio de doce nacionalidades, la gente del pueblo y una nutrida asistencia de animales: perros, gatos, caballos, cabras, conejos y varias gallinas.

No es fácil oír lo que dice el celebrante por culpa de la banda sonora de ladridos, relinchos y balidos, pero, cuando intento responder al “scambiate vi un segno di pace”, no soy correspondida por la cabra más cercana a mí, que debe ser agnóstica. Después de una larga oración en que aparecen Egipto (quizá por las ranas de las plagas) y el profeta Elías, el capuchino pasa entre los animales y sus dueños con el agua bendita y terminamos comiendo chorizo y bebiendo vino.

Un Hermano egipcio, entre atónito e indignado, me habla del escándalo que provocaría la escena entre sus vecinos ortodoxos o musulmanes. Yo también estoy perpleja pero me abstengo de emitir juicios: con san Francisco tan cerca, cualquiera se atreve.

En el nº 2.647 de Vida Nueva.

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