Juan XXIII, patrono de los bienhumorados

Joaquín L. Ortega(Joaquín L. Ortega– Sacerdote y periodista)

“Se llega a la conclusión de que su inefable buen humor procedía de una aleación de sencillez de corazón, de amor al prójimo y de abandono total a la Providencia. En tiempos como los nuestros, tensos, desnortados y castigados por más de una crisis, nos vendría de perlas contar con su especial patronazgo”

No se trata de una noticia. Ni siquiera de una probabilidad. Es sólo una conclusión personal tras la relectura veraniega del Diario del alma del Papa Roncalli y de algunos escritos suyos y sobre él. ¡Hace falta buen humor para aceptar el pontificado a los 77 años y, encima, convocar un concilio a los pocos meses de su elección! La vida de Juan XXIII está transida del mejor humor posible. Lo prueban las infinitas “florecillas” que de él se conservan. Empezando por aquel “de momento rezaremos las vísperas como todos los días” con que respondió al “¿ahora que hacemos?” de su aturdido secretario, en la tarde del nombramiento. Se llega a la conclusión de que su inefable buen humor procedía de una aleación de sencillez de corazón, de amor al prójimo y de abandono total a la Providencia.

En tiempos como los nuestros, tensos, desnortados y castigados por más de una crisis, nos vendría de perlas contar con su especial patronazgo para ser gente bienhumorada. La tarde de la coronación de Roncalli, en la Plaza de San Pedro, un viejete romano que había visto ya varias coronaciones comentaba a mi lado mientras aplaudía: “No me parece que sea muy guapo, pero ¡tiene una cara de bueno!”. Tanto que terminó pasando a la historia como “el Papa bueno”. Pero ya queda dicho que lo de nombrarle patrono de los bienhumorados no es más que una ocurrencia personal. Creo, eso sí, que si prosperara, sería un evidente beneficio colectivo.

En el nº 2.677 de Vida Nueva.

Compartir