Habría que revisar la fanfarria en el Corpus

El exceso de ostentación choca con la denuncia de las situaciones de pobreza

arasfanfarria JUAN RUBIO. ILUSTRACIÓN: GONZALO R. CHECA. | Hoy es fiesta del Corpus en Toledo y Granada. También en Madrid por un caprichoso ajuste de calendario laboral.

En 1989, esta fiesta pasó al domingo y dejó de ser uno de los “tres jueves que relucen más que el sol”. Nacida en Lieja en el siglo XIII, se extendió a toda la Iglesia. En algunos lugares, la procesión aparece como un cortejo de vanidades con vitola turística. Se vacían vitrinas de museos y se saca brillo al oro y la plata de copones, cálices y ajuar litúrgico. Enhiestas custodias, labradas con nobles metales, avanzan raudas por las calles. Entre el incienso asoma un tufo de vanidad.

En las filas de la clerecía se reivindica el lugar que la reforma litúrgica conciliar le arrebató. El sacerdote denunciará las situaciones de pobreza sin atreverse a detener la ostentación de riqueza de la procesión posterior. El Misterio de la Eucaristía tirita tras la fanfarria. Se difuminan los pies cansados y las llagas abiertas que acarician y lavan las manos del Maestro, invitando a repetir el gesto supremo del amor entregado.

La Iglesia debería revisar las formas de esta fiesta para hacer creíble la Transustanciación. La rodilla que se dobla ante el oropel debe doblarse también ante la injusticia del dolor. Lo demás es fanfarria; y hasta podría ser blasfemia.

En el nº 2.899 de Vida Nueva

Compartir