Iglesia y vida pública

MANUEL ARMENTERO (TRES CANTOS, MADRID) | Toda la Iglesia –y la católica también–, desde su origen, tiene su fin para la vida pública. Que, partiendo de una conversión individual, se proyecta hacia un mejor desarrollo de nuestra pública vida social, dando a conocer el motivo y el fin de su mensaje, la Buena Nueva.

Así pues, quienes se empeñen en arrinconarla al ámbito de lo privado y verla recluida en las “sacristías”, se equivocan de parte a parte. Y están ciegos a la evidencia de los hechos. Hechos tan reales y tangibles que la Conferencia Episcopal Española ha difundido recientemente, con datos y cifras, mostrándonos la ingente labor de su presencia y fraternal actuación en nuestra sociedad.

La Iglesia española, sin intervenir directamente en parlamentos o foros económicos, acoge, restablece e intenta equilibrar los desajustes que de ellos se derivan y que repercuten negativamente en las personas.

Algún día, y no demasiado lejano, estoy seguro de que nuestra Iglesia no se limitará a estabilizar a tantos “descartados sociales”, sino que alzará su voz amorosa y experimentada, impregnando su sabiduría directamente en los parlamentos, defendiendo legalmente su Doctrina Social y, por ella, disminuyendo tanto sufrimiento.

En el nº 2.997 de Vida Nueva

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