Iglesia, ¿sociedad perfecta o pueblo de Dios?

papa Francisco recibe al Tren de los niños de casas de acogida en Italia junio 2013
papa Francisco recibe al Tren de los niños de casas de acogida en Italia junio 2013

Francisco recibe a los pequeños de ‘El Tren de los niños’

JUAN RUBIO, director de Vida Nueva | Fiesta eclesial por excelencia la de los santos Pedro y Pablo que celebramos estos días. Ocasión propicia para seguir orando por la Iglesia, santa y pecadora; semper reformanda. La Iglesia de la renuncia de Pedro en la noche oscura y la Iglesia de su proclamación exultante de amor en la mañana de la resurrección. La Iglesia que tuvo la tentación de cerrarse convirtiendo las sinagogas en templos, pero que rasgó lejanías con Pablo.

Y sobre esas piedras se edificó el misterio de una Iglesia que ha recorrido la Historia con heridas profundas, con dificultades y persecuciones; entre el pecado y la gracia; y con soplos ardientes del Espíritu. El papa Francisco lo viene repitiendo, aun desde sus tiempos de cardenal. Es preferible una Iglesia que salga a los caminos, aunque se accidente, a una Iglesia enferma por no salir de las sacristías y solo respirar el aire vicioso que solo sirve para retroalimentarse.

Y atisbos preocupantes de intentos de sacar del baúl una eclesiología superada en el Vaticano II, como es la Iglesia como sociedad perfecta. Los aires briosos del neoconservadurismo la traen a colación y la rememoran con frencuencia en textos y arengas.

No hay nada más que ver algunas de las pastorales de ciertos obispos con micro y atril. Y es que hay eclesiologías aún basadas en esa sociedad perfecta, que quieren hacer de la Iglesia modelo para todas las naciones y olvidan que la Iglesia es solo instrumento, y que el fin es el Reino. “Sacramento universal de Salvación”, la llamó el Concilio. No es el sol, sino la luna, que toda la luz la recibe del astro rey.

Es preferible una Iglesia
que salga a los caminos, aunque se accidente,
a una Iglesia enferma por no salir de las sacristías
y solo respirar el aire vicioso que
solo sirve para retroalimentarse.

Pero es fácil hacer del medio fin y del instrumento objetivo. Y así salen las cosas: formas de poder aún apegadas a caducas estructuras que entienden la participación eclesial de forma unívoca, cerrada, piramidal, apegada al pensamiento único y que entiende la comunión como uniformidad.

Ejércitos bien alineados en la cruzada para lograr la sociedad perfecta; liturgias cada vez más exaltadoras del barroco, atavíos medievales, separación cada vez más grande entre los presbiterios y el pueblo, mirando escalonadamente al que preside. Y formas de pastoral más atadas al simple seguimiento de un capricho o ideología que al de Jesús.

Una Iglesia en la que los jóvenes son materia para llenar estadios en grandes concentraciones; las mujeres quedan escondidas en las sacristías, cuando son el mayor porcentaje de fieles; los laicos son acólitos simplemente; los que tienen dificultades con su matrimonio o con su modelo de familia, quedan excluidos de esa sociedad perfecta.

Una Iglesia que rechaza y no acoge. Una Iglesia que ha perdido la referencia de Jesús para volverse ella referencial. Una Iglesia que se quiere sustentar en una ideología más que en un seguimiento. En este día, conviene recordar todo esto y renovar ante la tumba de los santos apóstoles el impulso evangelizador de una Iglesia peregrina, no encastillada.

En el nº 2.854 de Vida Nueva.

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