Hermano Rafael, testimonio de fidelidad

Escultura-Rafael-Arnaiz(+Manuel Sánchez Monge– Obispo de Mondoñedo-Ferrol) Rafael, un joven de familia acomodada, con un brillante porvenir, lo deja todo y se marcha a la Trapa de Dueñas (Palencia). Siente la llamada de Dios y dice sí con fidelidad plena en la salud y en la enfermedad, hasta que el Señor lo llama a los 27 años. Con motivo de su toma de hábito, el Hermano Rafael escribe a su madre, lleno de ilusión: “La Trapa la ha hecho Dios para mí, y a mí para la Trapa. Puedo morir contento, pues ya soy trapense”. Dios le permitió gozar de una especie de ‘luna de miel’ en su vocación. Pero a los pocos meses se le declaró calladamente la diabetes, una dura prueba para su vocación. Por ella se vio obligado a dejar el monasterio tres veces. Pero él volvió otras tantas, con una generosidad heroica, por ser fiel a su vocación. “Mi vocación es cada vez más firme y más segura; cada día que pasa es mayor mi convencimiento de que mi sitio está en la Trapa”, confesará Rafael.

Manuel-Sánchez-MongeCon claro sentido autobiográfico, escribe estas preciosas reflexiones: “Si vieras que Jesús te llamaba, y te daba un puesto en su séquito, y te mirase con esos ojos divinos que desprendían amor, ternura, perdón y te dijese: ¿Por qué no me sigues?… ¿Tú, qué harías? ¿Acaso le ibas a responder… Señor, (…) te seguiría si me dieras medios para seguirte con comodidad y sin peligro de mi salud…, te seguiría si estuviera sano y fuerte para poderme valer? No, seguro que si hubieras visto la dulzura de los ojos de Jesús, nada de eso le hubieras dicho, sino que (…) sin pensar en tus cuidados, sin pensar en ti para nada, te hubieras unido, aunque hubieras sido el último…, fíjate bien, el último en la comitiva de Jesús, y le hubieras dicho: voy, Señor, no me importan mis dolencias, ni la muerte, ni comer, ni dormir… Si Tú me admites, voy. (…) No me importa que el camino por donde me lleves sea difícil, sea abrupto y esté lleno de espinas. No me importa si quieres que muera contigo en una Cruz… Voy, Señor, porque eres Tú el que me guía. Eres Tú el que me promete una recompensa eterna. Eres Tú el que perdona, el que salva… Eres Tú el único que llena mi alma”.

Fascinado por Jesús, Rafael se adentra por el camino del desprendimiento total. Ha de aprender a vivir de “sólo Dios” desde la ‘ciencia de la cruz’. “Yo buscaba a Dios, pero también buscaba a las criaturas y me buscaba a mí mismo y Dios me quiere para Él solo… Mi vocación era de Dios, y es de Dios, pero había que purificarla… Me di al Señor, con generosidad…; le di mi persona, mi alma, mi carrera, mi familia…, pero aún me quedaba una cosa, que eran las ilusiones y los deseos, las esperanzas de ser trapense, hacer mis votos y cantar misa. Eso me sostenía en la Trapa, pero Dios quiere más, quiere siempre más; tenía que ‘transformarme’, quería que solamente su amor me bastara”. Y recorre fielmente su camino con la ayuda de Dios y de María. “La Virgen todo lo puede”.

Un ‘sí’ libre y decidido

Las vocaciones de Dios son diversas, pero todos estamos llamados a idéntica fidelidad. En el claustro o en el mundo. “Te aseguro que todo me es indiferente, pues no está el ser trapense en lo externo, ¿no te parece? Y el estar colgado de la mano de Dios es la gran felicidad de la tierra. Ahora me he dado cuenta de que mi enfermedad es mi tesoro en el mundo… Si vieras lo bien que se vive así; no importa el sitio, ni el lugar; no me tengas envidia por estar en un monasterio; lo que aquí tengo, también lo tienes tú. En la Trapa, lo de menos es la Trapa y los trapenses; lo principal, lo único, es un Sagrario en el que se oculta la grandeza e inmensidad de Dios…, y eso tú también lo tienes. También puedes formar tu Trapa junto a cualquier Sagrario de la tierra”. Dios nos invita a aceptar libremente su llamada y a ser fieles a ella donde nos encontremos. El sí decidido y sacrificado a la vocación unifica todo el dinamismo de la existencia. Da sentido y confiere personalidad inconfundible. Es el lugar de la realización gozosa y fecunda; es acicate de la fidelidad y otorga sentido a la cruz.

Permanecer en el seguimiento de Cristo, aunque haya cruz, no por obstinación, sino por amor. Esto es para Rafael ser fiel a su vocación: “Seguir, sin mirar a los lados, los ojos en la Cruz de Jesús, el corazón abrasado en Amor. Seguir, sin mirar a los lados… el Amor no permite detenerse… no ver las flores, no ver las fieras, no ver el camino… no ver más que el Amor de Dios que nos espera en la Cruz, y detrás de la Cruz, María. Seguir… Seguir… sin otra luz, ni guía, que Amor… Amor… Amor…”.

Ahora contamos con la poderosa intercesión de san Rafael Arnáiz, el ‘mártir de la vocación’, para ser fieles cada uno de nosotros a la llamada que Dios nos ha hecho.

En el nº 2.678 de Vida Nueva.

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