Hagamos fecunda la vida de Dios

obispo_siluetaLUIS INFANTI DE LA MORA | Obispo Vicario Apostólico de Aysén (Chile)

“Tenemos la gran responsabilidad de ser cooperadores sabios para cuidar a todas las creaturas de Dios…”

¿Es más importante un árbol o una persona? ¿Hay que cuidar más a un perrito o a un niño?

La respuesta es obvia: ¡las personas merecen todos los esfuerzos para hacer que vivan con la dignidad que se merecen y necesitan, por sobre cualquier otra creatura, por ser el centro de la Creación!

Sin embargo, hace unos 30, 40 años, con el avance desmedido del “desarrollo” y la progresiva destrucción del planeta Tierra, la depredación de la naturaleza, las dramáticas consecuencias del cambio climático, empezamos a tomar cada vez más conciencia de que estos efectos no son casualidad, sino que son fruto de decisiones políticas y de estilos de vida nuestros, porque al destruir la naturaleza, afectamos y herimos la calidad de vida, la dignidad y el desarrollo de las personas.

El jardín del Edén (Lucas Cranach, sXVI). [ampliar]

El jardín del Edén (Lucas Cranach, sXVI). [ampliar]

Desde nuestra fe y espiritualidad en el Dios Creador, el Dios de Jesucristo, también tomamos conciencia y sentimos que tenemos una enorme responsabilidad en ser cooperadores sabios y religiosos en cuidar todas las creaturas de Dios.

Contaminar el agua y el aire, desechar los alimentos, destruir ecosistemas, eliminar especies de animales y de plantas, alterar los ciclos vitales, afectan gravemente a la vida de las personas y de pueblos enteros, siendo siempre los más pobres los más castigados. Aumentan así los pobres, llegando a ser empobrecidos, excluidos de los bienes naturales indispensables para alcanzar una vida digna.

Firmes en nuestra tradicional e histórica convicción de fe que “la tierra es de Dios”, reafirmamos que Dios crea por amor a cada una de sus creaturas, con la finalidad de que crezcan hacia su pleno desarrollo, hacia su madurez, hacia su perfección. Desde nuestra fe sentimos la responsabilidad de que las personas, creadas “a su imagen y semejanza”, cuidemos y ayudemos a crecer a cada creatura, para que llegue a ser lo que Dios quiere que sea.

Por eso, la vida de un árbol, de un caballo, de una persona, tienen valor por ser reflejo de la vida de Dios, llamados a crecer y a tener la dignidad de la vida y del amor de Dios. Esta buena noticia nos lleva a cuestionar desde sus raíces a los que se creen “dueños” de las cosas (y hasta de las personas), privilegiando su poder.

A su vez, anunciamos con gozo la sagrada y noble tarea de “cuidar”, en nombre de Dios, la vida de cada creatura, considerándolas sujetos de derechos, escuchando sus clamores de amenazas de destrucción, y viviendo y celebrando nuestra espiritualidad para hacer de este sagrado rincón del infinito universo un “jardín” donde Dios y cada ser humano podamos disfrutar de los beneficios con que Dios mismo nos bendice, construyendo así la paz y la comunión con que Dios sueña que reinen en su creación.

Hagamos fecunda la vida de Dios, día a día.

En el nº 2.905 de Vida Nueva

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