(Alberto Iniesta– Obispo auxiliar emérito de Madrid)
“Aun como hombre, la figura histórica de Jesús de Nazaret es de una grandeza incomparable. Y, sin embargo, con sus palabras y con su conducta se manifestó siempre humilde y obediente a Dios su Padre hasta la muerte. Por eso podía decir sinceramente: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón”
Creo que la humildad es útil para todo: el arte o la política, la economía y hasta en el fútbol. Frente a la chulería y el narcisismo, se impone la modestia y el realismo, siquiera por cautela. Ya decía el libro de los Proverbios: Delante de la gloria va la humildad (15, 33).
Pero hay un aspecto en la cultura actual donde es más difícil la humildad: la relación con Dios y lo sagrado. En la historia del pensamiento humano, ha sido un tema recurrente la tentación de pensar que reconocer a Dios sería como rebajar la dignidad del hombre.
Afortunadamente, la ciencia y la tecnología han mejorado inmensamente la vida humana. Aun así, el sentido profundo del ser humano sigue siendo un misterio para sí mismo; misterio que no tiene mejor explicación que Dios, que lo ha creado para participar de su grandeza infinita. Como decía Guardini, al hacerlo hijo de Dios en Cristo, le hizo un hombre nuevo, dueño y responsable de sus actos, con su dignidad y su libertad, pero también con su gravedad y su soledad.
Esto nos recuerda, por una parte, que nuestra fe es un regalo inmerecido, por el que los cristianos debemos dar gracias a Dios humildemente. Es una grandeza que no solamente no nos rebaja ni nos humilla, sino que nos enaltece haciéndonos hijos de Dios Padre, hermanos del Hijo y de los hombres, y templos del Espíritu Santo.
Por otra parte, esta condición nos pide compartirla con los demás como una oferta, una proposición; con amor, con valentía, con prudencia y con paciencia, de acuerdo con las circunstancias de cada tiempo y de cada persona.
Aun como hombre, la figura histórica de Jesús de Nazaret es de una grandeza incomparable. Y, sin embargo, con sus palabras y con su conducta se manifestó siempre humilde y obediente a Dios su Padre hasta la muerte. Por eso podía decir sinceramente: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.
En el nº 2.745 de Vida Nueva.