Gracias, Ingrid

(Amadeo Rodríguez Magro– Obispo de Plasencia)

“Gracias, Ingrid, porque has dicho alto y claro que tu fe ha movido montañas; gracias, porque has dicho, ante un mundo que suele contemplar el dolor desde la distancia, tu verdad: que te has encontrado con Dios en el camino”

Como Ingrid Betancourt se ha convertido en noticia española por la concesión del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, aunque ya se ha escrito mucho sobre ella, quizás sea oportuno recordar de nuevo lo que menos se destaca de su aventura: su experiencia espiritual. Es verdad que Ingrid no sólo no la oculta, sino que, en cualquier ocasión, a tiempo y a destiempo, manifiesta que una vez que descubrió el amor de Dios, esta certeza ya la acompañó siempre en el secuestro, la tortura y la humillación.

Por eso me permito agradecerle que no sólo no oculte ese encuentro tan decisivo en su vida, sino que, por el contrario, desde el primer momento, haya agradecido la intervención de Dios en su liberación, junto a la pericia de las Fuerzas Armadas colombianas. Le agradezco que nos haya recordado que el amor tierno de Dios se encuentra allí donde el ser humano sufre la soledad, el desprecio, la violencia…, allí donde la cruz de Cristo permanece. Le agradezco que, en medio del oscuro túnel de la muerte (“aquí vivimos muertos”, decía ella aún cautiva), haya visto la luz de la esperanza y haya descubierto las puertas del futuro, ése que ahora busca para todos los compañeros de su infierno”.

Gracias, Ingrid, porque has dicho alto y claro que tu fe ha movido montañas; gracias, porque has dicho, ante un mundo que suele contemplar el dolor desde la distancia, tu verdad: que te has encontrado con Dios en el camino y con Él has recuperado tu ilusión por la vida. Gracias, Ingrid, porque todas esas convicciones y sentimientos tuyos tienen un nombre y un rostro, el de la Virgen María, tu compañera y confidente en la selva; y también gracias, porque has enseñado cómo rezan los que sólo tienen a mano su fe y su pobreza: con un rosario de botones engarzados en cáñamo.

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