Germen de fanatismo

JOSÉ LUIS SEGOVIA | Sacerdote y profesor del Master de Pastoral de Migrantes del Instituto de Pastoral-UPSA

En la antigua Roma, ser fiel al mos maiorum (“la costumbre de los ancestros”) significaba reconocerse miembro del mismo pueblo y sentirse en comunión y continuidad con su pasado y futuro. Esto puede darse en una sociedad abierta o, por el contrario, cerrada sobre sí misma y cultivando el miedo al diferente. Esta última parece ser la praxis de la Comisión Europea, que mantiene un discurso esquizofrénico sobre el hecho migratorio.

En teoría, defiende los derechos de los migrantes y denuncia sus contravenciones: España se ha llevado más de un varapalo asumido con espantosa naturalidad. Sin embargo, en la realidad tiene prácticas poco respetuosas con los derechos humanos e induce a la xenofobia que pretende combatir. Con el habitual fraude de etiquetas y con la excusa de combatir el yihadismo y el tráfico de personas, se han adoptado medidas cuyo efecto inmediato es sembrar el terror entre las personas que llegaron a la Unión Europea escapando de la guerra, la represión o el hambre.

Más de la mitad de las personas interceptadas han solicitado asilo y protección internacional. Con seguridad, muchas de ellas son susceptibles de ello. Cabe preguntarse por qué no lo pidieron antes, si contamos con los medios exigidos por la legislación internacional para asegurar el ejercicio efectivo de este derecho y, sobre todo, si existe la voluntad política de mantener con fibra esta institución que es uno de los logros más significativos del derecho internacional humanitario.

Que en España la Mos Mairoum haya sido aplicada con baja intensidad, revela la falta de confianza en la eficacia de esta medida para los fines pretendidos: solo ocho detenidos por presuntos delitos. La desproporción entre personas detenidas y efectivamente condenadas por delitos es una de las zonas de sombra de nuestra democracia vigilada. Por otra parte, no deja de ser llamativo que Interior haya colado por la puerta de atrás en la llamada “Ley Mordaza” las “devoluciones en caliente”, mientras sostiene que las mismas son muy importantes para combatir el yihadismo. ¿Cómo es posible esa supuesta virtualidad si con tan malas prácticas no se identifica a las personas, si son devueltas sin verificar su filiación, sin escuchar sus alegaciones, sin poder determinar si son víctimas o verdugos? Europa ha olvidado los términos justicia e igualdad. La desigualdad escandalosa y el sentimiento de humillación que produce en sus víctimas es el caldo de cultivo de la criminalidad y el yihadismo. Dos guerras mundiales en el pasado siglo deberían haber sido suficientes para aprender la lección. Pero, como dijo hace poco el ministro del Interior, a él no le da lecciones nadie.

En el nº 2.928 de Vida Nueva

 

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