Fernando Castellá, in memoriam

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JAIME DE PEÑARANDA ALGAR, sj (VILLAFRANCA DE LOS BARROS, BADAJOZ) | Cuando se te escurre de las manos una persona tan humana, optimista y cordial como Fernando Castellá, sj (Barcelona, 14/09/1936 – Loyola, Guipúzcoa, 28/08/2014), todo lo que lees, rezas u observas sobre quien era superior de la comunidad en Santander y director de la Casa de Ejercicios de Pedreña, te trae referencias de él.

En las casas de formación, siempre haciendo de madre solícita. Aquellos veranos tórridos en Gargáligas (Badajoz), atendiendo todas las tareas domésticas, mientras los novicios inclinaban sus riñones recogiendo peras. Sobremesas con comentarios ingeniosos, sin que faltara el chiste o la anécdota chispeante. Acostarse con una sonrisa. Tantos años mudándose en las casas de formación madrileñas. Por sus oídos han pasado muchas conversaciones de aquellos a los que hoy les tocará llevar la nueva Provincia de España.

Trasmitía el Jesús de pueblo, sentado en el polvo y hablando con autoridad de lo auténtico. Con su sentido común y realista, te aconsejaba rezar más o ir al cine, según los casos y circunstancias. Siempre obedeció a destinos delicados. Pedía destino al Perú para quedarse. No lo consiguió, pero tampoco perdió la paz. Trabajaba en la viña del Señor, repitiendo: “Siervos inútiles somos. Hacemos lo que teníamos que hacer”.

En su corazón cabía todo: caídas, despistes, olvidos, depresiones, rencores… Todo terminaba con la sensación de que la salvación es posible. Su libertad recordaba al Maestro. La hipocresía y la mentira no las soportaba, y no estaba dispuesto a colaborar con los que se preparaban para quedar bien o sacar su propio beneficio. En alguna ocasión se bajó del altar, o abandonó una reunión. Sin respeto humano alguno, se reía del ridículo.

La Iglesia, para Fernando, era la viña amable del Padre, donde no se trabaja como esclavo o por recompensa, sino como hijos y en gratuidad total. Por eso, amablemente, en sus últimos años, se mostraba crítico con una Iglesia que poco tenía que ver con este estilo. Con su sentido permanente del humor, repetía:

Solo le pido a Dios morir dentro de la Iglesia católica.

Los aires nuevos del papa Francisco le dieron más esperanza.

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