Familia desquiciada

+ FERNANDO SEBASTIÁN | Arzobispo emérito

“En vez de trabajar juntos, andan a la greña, se mienten unos a otros y desprestigian a su propia familia para salirse con la suya…”.

Hoy les voy a contar una triste historia. Resulta que unos amigos míos lo están pasando muy mal. Eran una familia honorable y de buena posición. Pero no son capaces de organizarse razonablemente. Ya sus abuelos tuvieron una bronca fenomenal y acabaron tirándose los trastos a la cabeza.

Después de unos cuantos años de discordias parecía que habían comenzado a entenderse. Pero me temo que están volviendo a las andadas. Trabajaron, ganaron dinero y llegaron a vivir holgadamente. Pero con la abundancia de los últimos años perdieron la cabeza.

Nadie quería privarse de nada. Todos gastaban más de lo que tenían. Dejaron de trabajar y se hicieron tramposos y derrochadores. La casa que habían comprado con el trabajo y el ahorro de sus padres les parecía vieja y estrecha. Cada uno quiso tener su casa propia, a cual más lujosa. En poco tiempo, consumieron los ahorros y se cargaron de deudas. Llegó un momento en que nadie les fiaba y las letras de los bancos les asfixiaban.

Cuando el padre quiso restringir los gastos y poner un poco de orden, todos se volvieron contra él. Cada hijo reclamaba su presupuesto para seguir gastando y presumiendo ante sus amigos. Empeñaron todo lo que tenían y deshicieron la casa entre todos, como si no fuera su casa común. Cada uno pensaba solo en lo suyo, nadie tenía en cuenta los intereses comunes.

Si se pusieran de acuerdo podrían resolver sus problemas fácilmente porque son ingeniosos y fuertes. Pero ninguno quiere renunciar a nada para hacer de verdad un plan común de salvamento. En vez de trabajar juntos, andan a la greña, se mienten unos a otros y desprestigian a su propia familia para salirse con la suya. Ante esta falta de sentido, el padre se acobarda y no sé si va a ser capaz de poner orden.

Los pocos amigos que les quedan estamos muy preocupados. Nadie sabe cómo van a terminar. Nos da mucha pena.

En el nº 2.797 de Vida Nueva.

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