Estigma de la violencia islamista

J. D. MEZ MADRID (OLOT, GIRONA) | De Nigeria a Kenia, de Somalia a Irak, de Egipto a Pakistán, no falta día en que, en estos y otros países, donde pululan a sus anchas los grupos radicales islámicos, se atente contra la población civil en una continua escalada de terror que solo tiene un fin: la imposición de una feroz y falsa teocracia mundial de la que desaparezca todo viso de libertad.

En esta espiral de violencia, suelen ser las minorías cristianas, como hemos visto con horror en Pakistán, en Nigeria, en Kenia…, las principales víctimas, por representar, con su estilo de vida, una acusación palpable contra el proyecto de someter al mundo a la dictadura de imanes, ulemas, talibanes y emires radicales, formados en el odio a la libertad.

También es cierto que, en medio de esta vorágine de sangre, se desarrolla una interminable guerra fratricida entre las dos grandes ramas del islam, el chiísmo y el sunnismo, que hoy tiene su escenario más visible en Siria e Irak.

En el nº 2.870 de Vida Nueva

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