Estado laico

Fernando Sebastián, cardenal arzobispo eméritoFERNANDO SEBASTIÁN | Cardenal arzobispo emérito

Estos días, varios políticos se han manifestado partidarios del Estado laico. Deberían explicarnos a los españoles qué entienden por “Estado laico”. Esta expresión podía tener algún sentido positivo cuando en España existía un Estado confesional que se declaraba católico y prohibía el ejercicio de las demás confesiones o religiones. Pero hace tiempo que no estamos en eso.

Los obispos españoles pidieron el fin de la confesionalidad católica del Estado en 1973. La Constitución de 1978 eliminó cualquier confesionalidad del Estado y configuró un Estado democrático, no confesional, al servicio de los derechos y de las libertades de los ciudadanos, también en materia religiosa. Comenzamos un buen camino, pero hemos vuelto hacia atrás.

Hablar ahora de “Estado laico” suena como hablar de carreteras laicas o de presupuestos laicos. Queremos, simplemente, un Estado democrático que esté al servicio de los derechos civiles y de la libertad de los ciudadanos, también en materia religiosa, sin preferencias ni reticencias de ninguna clase.

Las instituciones del Estado han de estar al servicio de los derechos y las libertades de los ciudadanos. Si algunos de ellos, muchos o pocos, quieren ser católicos o musulmanes, el Estado tiene que respetar y favorecer esa voluntad de modo compatible con el bien común.

Si los ciudadanos quieren que en los hospitales haya servicio religioso o quieren enseñanza religiosa en las escuelas de titularidad pública, el Estado se lo tendrá que facilitar sin reticencias, porque un Estado democrático tiene que estar al servicio de los ciudadanos y no puede intentar adoctrinarlos ni a favor ni en contra de ninguna religión. “Estado laico”, a estas horas, podría significar un Estado que rechaza la religión e impone el laicismo. Pero eso ya no sería un Estado democrático.

Los católicos españoles hemos prescindido hace tiempo del Estado confesional. Y ya va siendo hora de que nuestros políticos superen los atavismos anticatólicos y entren de lleno en una mentalidad plenamente democrática. Nos entenderemos mejor y viviremos todos más a gusto.

En el nº 2.934 de Vida Nueva

 

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