Espacios protegidos

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Una de las grandes carcomas, de lo más eficaz para destruir las maderas del tejido social, es el sálvese quien pueda, el individualismo…”.

Igual que existen “tiempos fuertes” en los que hay que centrarse en lo esencial de la vida –de la vida cristiana, para nosotros–, también se habla de especies protegidas –que la primera, y sin duda alguna, tiene que ser la humana–, por qué no recordar también unos espacios, unos lugares, unos ámbitos defendidos por unas coordenadas que no son otras que las del reconocimiento de los derechos que asisten a las personas, el bien común, el apoyo recíproco, la garantía de un auténtico bienestar.

La familia, esa comunidad de vida y de amor, siempre valorada y también continuamente agredida y dejada a la intemperie ante el acoso de normas y leyes que limitan, cuando no impiden, la realización de un verdadero proyecto de felicidad para los individuos y de bien para toda la comunidad.

Junto a la familia, la escuela. No como algo autónomo y espacio reservado al que solamente pueden acceder aquellas ideas que estén en la mente de directores y enseñantes, teniendo muy poco o nada en cuenta los derechos y libertad de los padres acerca de la educación completa de sus hijos.

Una de las grandes carcomas, de lo más eficaz para destruir las maderas del tejido social, es el individualismo, el sálvese quien pueda y que se haga todo mi capricho. El sentido de pertenencia a una comunidad será el camino para adentrarse en esa actitud imprescindible de la responsabilidad, de tener siempre delante el horizonte del bien común. Una gran ayuda será la de la participación en asociaciones que, lejos de ideologías y finalidades colectivistas, se empeñan en buscar lo mejor para todos. Desde las asociaciones de vecinos, lo más inmediato, hasta las academias culturales y científicas, el espacio es muy amplio y variado.

Comunidad imprescindible, para los cristianos, es la Iglesia, esta comunidad fundada por Jesucristo, iluminada por la palabra de Dios, que vive la gracia que recibiera en los sacramentos, que practica el mandamiento de la caridad fraterna y que ofrece a todos, sin imponérselo a nadie, el Evangelio de Jesucristo. Ni la Iglesia quiere asumir funciones que no le corresponden ni tampoco hacer dejación de sus obligaciones. Entre ellas, la de anunciar el Evangelio continuamente y a todos. La Iglesia no puede permanecer indiferente ante todo aquello que afecta a los hijos e hijas de Dios.

Aunque cada una de estas entidades –familia, escuela, asociación, Iglesia– tenga su propia e incuestionable identidad y forma de llevar a cabo sus objetivos, no quiere decir que sean ámbitos reservados, exclusivos, independientes e, incluso, Dios no lo quiera, antagonistas y contrincantes.

Siempre nos vamos a encontrar con ese gran enemigo del bien común que es la indiferencia, por un lado, y la falta de participación por otro. El interés y el apoyo recíproco entre esas instituciones, la participación en empresas comunes, el conocimiento de la finalidad de cada una y de las dificultades y problemas que tienen que afrontar para llevar adelante sus objetivos, pueden ser un camino eficaz para la ayuda y el apoyo recíprocos y el bien, en definitiva, de la sociedad.

En el nº 2.858 de Vida Nueva.

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