Escuchar para vivir

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“¿Dónde está la respuesta a estos sinceros deseos de una vida plenamente realizada? La contestación no puede ser más precisa y adecuada: ¡en la Palabra de Dios!…”.

Entre los objetivos del Año de fe está el de “descubrir de nuevo el gusto de alimentarnos con la Palabra de Dios, transmitida fielmente por la Iglesia”.

Si quieres llegar al sublime conocimiento de Dios y no anteponer nada a su amor; si deseas tener siempre a tu lado una norma y criterio de pensamiento y de conducta; si trabajas por construir un buen cimiento para asentar la vida… ¿qué se ha de hacer? ¿Dónde está la respuesta a estos sinceros deseos de una vida plenamente realizada? La contestación no puede ser más precisa y adecuada: ¡en la Palabra de Dios!

En esta escucha de la Palabra se aprende la más importante e imprescindible de las lecciones: conocer, con la luz del Espíritu, la Palabra viva que es nuestro Señor Jesucristo. Más que un libro para enseñar y aprender, la Sagrada Escritura es un mensaje, una carta que Dios ha enviado a los hombres para mostrarles los caminos más justos de la existencia.

Pero, más que deseo en el hombre, es interés amoroso de Dios, que quiere llenar el vacío que la tiniebla del pecado dejó en el corazón de sus hijos. La Palabra de Dios se hace presencia. Es Dios mismo quien fecunda y hace brotar abundantes todas las fuentes del conocimiento y del amor. La Palabra, oída y meditada, es voz del Espíritu que llama a las puertas del alma para que estén permanentemente abiertas al misterio de Dios.

La Palabra de Dios entusiasma de tal forma que el hombre la devora, y así, con ella masticada y digerida, entra en la profundidad del conocimiento y del amor. El hombre que busca a Dios vive de la Palabra de Dios. Para encontrar a Dios, el cristiano abre el libro de las Escrituras y allí contempla las huellas que ha dejado la presencia de Dios, las marcas escritas de su Palabra. Esa Palabra se mete en los oídos y en el alma, produciendo una relación íntima en la que Dios se comunica con el hombre y este responde en una actitud de fe a la Palabra del Señor.

No hay una misión posible, en la vida de la Iglesia, que no sea la del mismo Cristo. El Verbo de Dios, encarnado en la humanidad, es decir, Jesucristo, el que se hace norma de vida. Como dice san Bernardo, la Palabra de Dios, ya audible en la primera alianza, se hizo visible en Cristo.

Decía el papa Benedicto XVI: “La puerta de la fe, que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida” (Porta fidei, 1).

En el nº 2.804 de Vida Nueva.

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