Es una verdad de Perogrullo

JESÚS SÁNCHEZ ADALID | Sacerdote y escritor

“No hacía falta que lo dijese la revista Forbes. Ya lo sabíamos. Es una verdad de Perogrullo. ¡Los sacerdotes somos felices! No obstante, como todo el mundo, me pregunto: ¿por qué será?”.

No hacía falta que lo dijese la revista Forbes. Ya lo sabíamos. Es una verdad de Perogrullo. ¡Los sacerdotes somos felices! A pesar del secularismo agresivo, de que nos ponen a caldo, de que no hay vocaciones, a pesar de que el mundo se equivoca y cree que somos desdichados… ¡Nos encanta nuestro trabajo! Nos hace más dichosos que ninguna otra profesión, oficio o tarea.

Y eso es visible, palpable, real… Lo compruebo en los compañeros de mi presbiterio diocesano, en los de las otras diócesis, en los de países lejanos y cercanos. Se vio en la JMJ. No obstante, como todo el mundo, me pregunto: ¿por qué será?

No quiero recurrir a los tópicos y responder con frases hechas y manidas. Porque para mí la felicidad es un misterio. Pero es real.

¿Entonces por qué dejamos instalarse en nuestros mundos esa precariedad, ese pesimismo; una óptica de límites y minusvalías que nos ha ido llevando a perder signos tan vivos, tan sensibles, tan llenos de significado como la vocación? ¿Por qué optamos por una óptica simple, que nos va quitando, uno a uno, instrumentos y herramientas; una óptica que nos invalida, y que, además, parece, de hecho, desahuciarnos, condenarnos casi al absurdo?

Considero que la mayoría de las limitaciones, las crisis que nos sobrevienen hoy, proceden de necesidades prefabricadas, de aspiraciones residuales y proyectos torpes. Cuando creer y amar sí que es una cosa seria… Es el núcleo del desapego, de la magnanimidad.

¡Por eso precisamente somos felices los curas! Porque cultivamos aún cierta forma de alejamiento. Lo nuestro es dejar el ego, el egoísmo, y salir al mundo con una sonrisa inocente; a reinventarnos, a salvarnos, a conquistarnos, a repoblar esta Tierra en la que hace tanta falta creer, sobre todo después de este último diluvio que ha borrado el recuerdo de quiénes somos.

En el nº 2.781 de Vida Nueva.

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