En respuesta a Víctor Manuel Arbeloa

FRANCESC TORRALBA (BARCELONA) | Apreciado Víctor Manuel Arbeloa: Gracias por la atenta lectura de mi artículo (solo suscriptores), también por tus lúcidas observaciones. La incertidumbre es un rasgo decisivo de nuestra época y, por ello, es sumamente arriesgado, por no decir temerario, aventurar futuros y realizar prospectivas de lo que va acontecer tanto en el plano social, político, económico o eclesial.

Mi intención no era analizar los argumentos a favor o en contra de la secesión de Cataluña; tampoco evaluar la viabilidad económica de Cataluña y España en tal hipotética situación, pues escapa a mis posibilidades de análisis y, por lo que observo, existen textos de naturaleza diametralmente opuesta sobre tal posibilidad.

La Constitución de 1978 es un juego de equilibrios, un difícil trabajo de funámbulo, fruto del diálogo y del consenso entre las fuerzas del centro y de la periferia, de la derecha y de la izquierda. Algo imposible de imaginar hoy, pero que entonces fue posible porque la memoria de la represión y la negación de las libertades estaban muy presentes en la memoria colectiva y, además, había entusiasmo por el nuevo marco de democracia que se vislumbraba. El momento presente es muy distinto: el cinismo ha carcomido las instituciones y la desilusión y el desencanto, junto con la desconfianza, se extienden a toda velocidad.

Lo que me preocupa es el clima tóxico que se ha creado, el movimiento de acción y reacción, la confrontación dialéctica y, sobre todo, la incapacidad de dialogar. Se habla como nunca de diálogo, pero no se practica. De ahí mi defensa de la fraternidad entre personas y pueblos más allá de su articulación administrativa y política; de ahí la necesidad de reconocer eso que nos une más allá de las diferentes sensibilidades políticas, sociales, económicas, culturales y religiosas. Los lazos de afecto y amistad no dependen de las vicisitudes políticas.

Esta situación no es una casualidad; es el resultado de una larga cadena de hechos, acciones y omisiones, de dejadez y frivolidad; en muchos casos, también, de silencios irresponsables. Persisten tópicos y prejuicios entre los pueblos que configuran la realidad hispánica. No solo no hemos sido capaces de extirpar estos estereotipos, sino que han crecido.

La fraternidad consiste en tratar al otro como hermano, en respetar su dignidad y libertad, en tratarle como a un igual y no como a un súbdito. Trasciende las articulaciones políticas, porque es un principio ético. Me incomoda el despertar de resentimientos históricos que parecían enterrados. Los medios de comunicación tienen su parte de responsabilidad. La búsqueda sin cuartel de la audiencia alimenta el sensacionalismo y el todo vale.

Gracias por tu atenta lectura. En tiempos de confrontación, quienes participamos de una misma fe, independientemente de nuestras opciones políticas, estamos llamados a dar ejemplo del principio evangélico de la fraternidad, a tender puentes, a dialogar sobre lo que somos y lo que aspiramos a ser.

En el nº 2.881 de Vida Nueva

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