En Jericó

(José María Avendaño Perea- Vicario General de la diócesis de Getafe) 

“Nos sorprendió un chico joven, muy herido en sus piernas y en sus manos, sus llagas estaban abiertas. Se encontraba sentado en la tierra (…) en aquella ocasión, el sacerdote no pasó de largo. Uno de los compañeros sacerdotes se detuvo. Lo escuchó desde el corazón, en medio de la dificultad del idioma. Le prestó atención”

Sucedió a la salida de Jericó. Feligreses de la parroquia de Santo Domingo, en Humanes, nos encaminamos en peregrinación a Tierra Santa el día 24 de septiembre. Éramos 41 peregrinos. Visitamos, rezamos, compartimos auténticas alegrías y emociones. Nuestra fe se ha sentido alentada y fortalecida desde la humildad y valentía de las personas de los Santos Lugares, y de los cristianos que allí confiesan su fe en Jesucristo nacido en Belén, muerto y resucitado.

A la entrada de Jericó nos encontramos controles de soldados. Muy cerca aparecían oficinas de la ONU. Uno de los primeros edificios de la ciudad conservaba restos de la guerra y los impactos de disparos.

Recorrimos las ruinas de la antigua ciudad. Leímos la Palabra de Dios y nos alegramos de la Buena Noticia de Jesús al curar al ciego de nacimiento, o llamar a Zaqueo para que bajase del sicómoro. Rememoramos lo acontecido cuando un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, el relato del buen samaritano. Y fue allí cuando nos sorprendió un chico joven, muy herido en sus piernas y en sus manos, sus llagas estaban abiertas. Se encontraba sentado en la tierra. Hacía calor y con las manos tendidas nos pedía ayuda. Las prisas de la visita provocaban la necesidad de continuar el itinerario, y el amor al prójimo nos urgía a que parásemos.

Pero, en aquella ocasión, el sacerdote no pasó de largo. Uno de los compañeros sacerdotes se detuvo. Lo escuchó desde el corazón, en medio de la dificultad del idioma. Le prestó atención. Le ayudó como alguien irrepetible y único. Curó sus heridas y vendó su dignidad.

Sucedió en Jericó, en la misma Tierra por la que anduvo el Señor dejándonos el más claro y concreto programa para toda vida cristiana.

Bendito seas, Señor Jesús.

En el nº 2.633 de Vida Nueva.

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