El terremoto de Chile y los trinitarios

(Ángel García Rodríguez O.SS.T.- Málaga) Apenas nos habíamos repuesto del terremoto de Haití, que causó más de doscientos mil muertos y dejó sin casa a la gran mayoría de la población haitiana, cuando en la noche del pasado viernes 26 al sábado 27 de febrero amanecimos escuchando la tragedia de un terremoto en Chile de 8,8 grados. Un terremoto, seguido de un maremoto con múltiples réplicas, sembraron de muertos Concepción, al sur del país, y en quinientos kilómetros de costa. Las comunidades trinitarias de San Carlos (religiosos) y Penco (religiosas) se encuentran entre los damnificados.

Durante cuatro años he vivido en Chile y sé por experiencia que los “temblores” forman parte de la vida diaria, y más en estos meses del verano austral. Cuando el calor es intenso y no corre el aire, los chilenos comentan: “Seguro que pronto tendremos terremoto”. Más de una noche hemos tenido que levantarnos rápido de la cama porque la tierra comenzaba a moverse. El terremoto del año 1939 destruyó dos casas de nuestra congregación, los trinitarios, y mató a un religioso. Luego, el del año 1960 volvió a remover fuerte nuestras casas e iglesias en ese país. Pero éste último ha sido más fuerte y horrible. Ha dejado inservible nuestro centenario convento trinitario, situado apenas a 80 kilómetros del epicentro del terremoto y una de las primeras iglesias de cemento armado que se hicieron en Chile a principios del siglo XX.

En estos momentos, tres religiosos de la comunidad de San Carlos de Ñuble, situada a 400 kilómetros de Santiago, están incomunicados por la destrucción de la carretera panamericana. La iglesia ha sido parcialmente destruida y la residencia fuertemente dañada. No tienen agua ni luz, y están sobreviviendo en un pequeño despacho parroquial habilitado al efecto, en tanto se ocupan en ayudar a las víctimas de la residencia para mayores que tienen en la parroquia. En un comunicado de alcance, el superior de la comunidad, P. Félix Bohórquez, ha comentado a www.trinitarios.net: “En mi vida he pasado más miedo que esa dichosa noche del terremoto, todo se movía y apenas podíamos caminar. El segundo piso, en donde estaba el noviciado, ha quedado inhabitable y casi en ruinas. Tristemente, la iglesia no ha soportado este terremoto, hay grandes grietas, el campanario a punto de caerse y las imágenes rotas por los suelos. Difícilmente se podrá abrir al culto”.

En el nº 2.699 de Vida Nueva.

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