El Sínodo y las eucaristías

JULIÁN GALÁN SOLÍS. VALLADOLID | En mi modesta condición de laico cristiano, aprovechando la celebración del Sínodo sobre la Nueva Evangelización estos días en el Vaticano, y después de muchos años en el grupo de Liturgia de mi parroquia, me permito hacer algunas observaciones sobre nuestras eucaristías.

Todas deberían contar con una gran imagen doliente de Cristo Crucificado y otra gloriosa de Cristo Resucitado. Dentro del mayor respeto y solemnidad, deberían desarrollarse en un clima festivo de ilusión y de esperanza, superando el aire temeroso y defensivo actual, como se pone de manifiesto en las reiteradas invocaciones al perdón y a la misericordia divinas, que más parece que nos está presidiendo un juez severísimo que un Padre amantísimo.

Como se trata de la fiesta más importante y gozosa de los cristianos, debe ser celebrada y participada ilusionadamente, para que pueda ser mejor sentida y asumida, de manera de que nos sensibilice hondamente ante el feliz acontecimiento que nos reúne a Dios con su pueblo y a este con su Dios, y así poder crecer en la fe, la esperanza y el amor.

La Eucaristía, alimento esencial para el pueblo cristiano, debe resaltar nuestra condición de colaboradores de Jesús. En las preces, con frecuencia debería estar presente la familia, base principal de la convivencia humana, que actualmente atraviesa momentos complejos. Y no digamos la juventud, hoy mayoritariamente ausente en nuestra iglesias, en la edad en que se empieza a forjar el futuro del ser humano y, consiguientemente, el de la sociedad.

¿No debería de contar con una sabia y atractiva llamada que la invite al cultivo de los valores nobles, para poder caminar hacia una sociedad más justa, pacífica, solidaria y fraterna?

Después de la comunión y la acción de gracias, el Espíritu Santo, para que tenga una mayor familiaridad en nuestros ambientes, bien merece una particular distinción. Asimismo, el gratificante mensaje de las Bienaventuranzas, de luces tan ennoblecedoras, también debería tener su espacio.

El “podéis ir en paz” final, que actualmente puede prestarse a confusión, entendiendo que con haber asistido a la Misa ya hemos cumplido con nuestra condición de cristianos, bien merece un envío adecuado que nos anime a salir aleccionados “a trabajar por el Reino de Dios en la tierra”, “a darnos en lo posible a los demás, especialmente a los más necesitados”, “a compartir el amor de Dios”, “a anunciar la buena noticia de Jesús de Nazaret”, etc.

Aunque (lamentablemente, cada vez menos) todavía hay muchas personas que, esporádicamente, con motivo de bodas, primeras comuniones, bautizos, funerales, etc., participan en celebraciones eucarísticas, hoy no cuentan con el suficiente atractivo que las estimule a continuar enriqueciéndose humana, moral y espiritualmente. Todo lo cual, junto a muchas otras posibles mejoras, ¿no debería ser motivo de una urgente actualización de la Santa Misa?

En el nº 2.820 de Vida Nueva.

Pueden enviar sus cartas con sugerencias o comentarios a: director.vidanueva@ppc-editorial.com

Compartir