El rico laicado anónimo

(Juan Rubio– Director de Vida Nueva)

No tienen más bandera que el sentido común. No pertenecen a grupo alguno y sólo se sienten identificados con su Iglesia local, pero se sienten miembros de una familia más amplia. Les duele la crítica a la Iglesia que cada día ven asomar de forma sistemática en la sociedad, pero también se sienten heridos por las diatribas entre eclesiásticos y las zarandajas que algunos sueltan con declaraciones fuera de tono. Ayudan a la Iglesia en sus necesidades sin que les regalen placas ni les den homenajes. Acuden semanalmente al templo y tienen que aguantar las regañinas del cura de turno que les sacude fuerte, precisamente a los que están escuchándolo. Son pecadores que encuentran fuerza diaria en su fe. Se sonríen cuando les dicen que tienen una fe infantil y que tienen que madurar en su compromiso cristiano, pero ellos siguen formando a sus hijos, en medio de las dificultades, y buscan una Iglesia samaritana cuando sus vidas se siembran de espinas. Son los laicos anónimos, auténtica riqueza de la Iglesia. Sin ellos, ésta sería simplemente un club de élites. Es hora de contar con ellos. Lo que más les duele es que los consideren asalariados de turno.

Publicado en el nº 2.736 de Vida Nueva (del 8 al 14 de enero de 2011).

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