El Parlamento y el cura (y II)

CARLOS AMIGO VALLEJO, cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Necesitamos una verdadera pedagogía social que ayude a comprender el valor de aquellas estructuras que son imprescindibles, no solo para la eficacia de las distintas funciones administrativas, sino para la cohesión social y la formación de una verdadera comunidad humana”

Un monumento se ha de levantar a esos diecisiete mil misioneros españoles que están metidos en las más diversas situaciones del mundo, y no precisamente las más cómodas y seguras, quitando el hambre a las gentes, curando sus miserias y haciendo lo imposible para que mañana puedan disfrutar de su dignidad como personas. Por eso, hacen escuelas y enseñan oficios, ponen en marcha dispensarios y programas para la erradicación de enfermedades y promueven la educación sanitaria. Todo ello plausible y con el merecimiento de todas las ayudas y reconocimientos.

Junto a ellos, pero en ambientes más cercanos, y no siempre gratos, están esos curas que se rompen el alma todos los días ante Dios y le piden que les ayude a prestar buena atención a esas parroquias a las que deben cuidar, a no cansarse de ayudar a los pobres, a estar cerca de los enfermos y de los ancianos, a organizar la catequesis y la liturgia, a poder alimentar la fe de tantas personas, a bendecir y cerrar los ojos del que muere y a cómo se las puede arreglar para echar una mano a esa familia que se quedó sin trabajo.

Cuerpo de héroes, unos más reconocidos que otros. Aunque, a la hora de pensar en dificultades, riesgos y sufrimientos, habría mucho que hablar sobre quiénes serían los merecedores de las más estimables recompensas.

Ahora vienen las instituciones, a las que, las más de las veces, llegan los denuestos y las críticas. Si de lo civil se trata, pues del Senado y del Parlamento casi nada más se sabe que de vocerío para defender la propia parcela política y el voto en las elecciones. De los intereses diarios de los ciudadanos, poco, muy poco. Y un tanto de lo mismo en las demás instituciones y administraciones públicas.

En el plano eclesiástico, pues otro tanto de lo mismo, aunque con motivaciones distintas. La Conferencia Episcopal y sus organismos, las curias diocesanas y sus oficinas, son objeto de diatribas, recelos y críticas de presunción e inoperancia. La caridad pastoral, sin embargo, resplandece en esa unidad de comunión eclesial y de servicio, no solo a la comunidad cristiana, sino a cuantos puedan necesitarnos.

Necesitamos una verdadera pedagogía social que ayude a comprender el valor de aquellas estructuras que son imprescindibles, no solo para la eficacia de las distintas funciones administrativas, sino para la cohesión social y la formación de una verdadera comunidad humana.

Decía Benedicto XVI que deseaba “edificar la Iglesia en la caridad, como comunidad de amor (…). Os invito a todos, sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos a unirnos en la invocación del Espíritu Santo, a fin de que la caridad pastoral sea cada vez más ardiente, para ayudar a toda la Iglesia a irradiar en el mundo el amor de Cristo, para alabanza y gloria de la Santísima Trinidad (Homilía de la misa de nuevos cardenales, 25-4-2006).

En el nº 2.747 de Vida Nueva

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