El papel que ocupa la asignatura de Religión

(Vida Nueva) Analizamos en nuestros Enfoques el lugar que ocupa hoy en día la asignatura de Religión en nuestro sistema educativo. Para ello contamos con las aportaciones de una miembro del Consejo Escolar del Estado y a su vez Secretaria General de la Provincia Eclesiástica de Madrid, María Rosa de la Cierva, y con una profesora de Religión, Marifé Ramos.

Una asignatura equiparable a las demás

(María Rosa de la Cierva y de Hoces, Rscj-Secretaria General de la Provincia Eclesiástica de Madrid. Miembro del Consejo Escolar del Estado) ¿Qué es lo que tiene que ser la Enseñanza de la Religión? ¿Coincide con lo que es hoy día? ¿A qué se debe?

La Enseñanza de la Religión y Moral Católica es, por definición del artículo II del Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado Español de 1979, una asignatura equiparable a las demás asignaturas fundamentales con algunas características básicas: a) obligatoria en los centros y VOLUNTARIA para los ALUMNOS; b) no puede haber discriminación alguna por el hecho de cursarla o no; c) con actividades complementarias.

El hecho de su carácter fundamental obliga a establecer una EVALUACIÓN, también equiparable a las demás asignaturas fundamentales. Esto supone que es una asignatura indiscutiblemente académica tanto por la asignatura en sí misma con sus objetivos, contenidos y criterios de evaluación bien definidos, como por el lugar que debe ocupar en el currículum escolar y en el horario correspondiente. Incluso en el 2º ciclo de la Educación Infantil debe estar presente esta materia con el mismo rango que las demás áreas. Es igualmente preceptivo, según el ya citado artículo II del Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado Español.

En muchos casos, esto no es así. Ante todo, porque la legislación educativa actual –L.O.E. de 2006– minusvalora esta enseñanza de la Religión y Moral Católica: la establece en su Disposición Adicional 2ª y la desarrolla de forma insatisfactoria en los Reales Decretos de su aplicación, al no velar por la efectividad del trato discriminado tanto a los que optan por estas enseñanzas (aumento de horario, sin evaluación equiparable a la de las demás asignaturas fundamentales, sin valor a la hora de acceder a becas u otras ayudas al estudio) como a los alumnos que no optan por esta enseñanza confesional pero que tienen derecho a recibir una formación religiosa no confesional que les permita conocer nuestra historia, nuestro patrimonio cultural religioso: literatura, música, arte, costumbres, etc. y su significado.

El tratamiento de la EVALUACIÓN, nula a efectos académicos, está en la base de la disminución del alumnado. La evaluación es nula. Y los alumnos lo saben. Y el estímulo desaparece. Esto es, el desarrollo de la Ley pone todos los medios posibles para que la opción por la Enseñanza de la Religión no tenga ­seguidores. Es una manera, sin duda, de cercenar “el derecho de los padres para que sus hijos reciban formación religiosa y moral según sus convicciones”, como afirma el art. 27.3 de nuestra Constitución, cuando la misma Constitución, en el artículo citado, afirma que “los Poderes públicos deben garantizar el ejercicio de este ­derecho”.

En algunos centros escolares, su ubicación al comienzo o al fin del horario escolar provoca en los alumnos todas las facilidades humanas para prescindir de ella. Es imprescindible considerar que la ENSEÑANZA RELIGIOSA ESCOLAR NO ES CATEQUESIS. Se imparten ambas desde la fe, sí, tanto el catequista como el profesor de Religión deben ser personas creyentes y fieles al ­Magisterio de la Iglesia, pero, mientras la Catequesis requiere respuestas de fe también en los catequizandos, la ENSEÑANZA DE LA RELIGIÓN ESCOLAR exige a los alumnos asimilación de contenidos académicos, por tanto evaluables pero sin compromiso de fe alguno.

¿Y qué decir del profesorado de Religión? No se puede afirmar que los profesores de Religión “rebajan el listón académico” de esta asignatura para captar alumnos. Son los primeros responsables en dar, con seriedad y firmeza, respuestas serias y convincentes a los interrogantes fundamentales de los estudiantes, y, eso, con rigor académico.

Por otra parte, la legislación actual no reconoce satisfactoriamente el carácter específico de su trabajo derivado de la misión canónica que les encomienda estas enseñanzas.

Su situación es insegura. Si faltan alumnos –y las actuaciones legislativas hacen lo posible para que no haya o disminuyan–, su puesto de trabajo entra en crisis.

No obstante, puedo afirmar que los profesores de Religión, con su preparación teológica y pedagógica, su vocación educadora desde la fe, su empeño por ayudar a los alumnos a encontrar el sentido de su vida, son los primeros promotores de estas enseñanzas. Sería injusto descalificar al profesorado por su competencia profesional e idoneidad de vida. Es más, el profesor de Religión es el que ha de tener una mayor preparación, pues, a la titulación civil propia de la etapa educativa en la que enseña, ha de tener preparación teológica y de pedagogía religiosa según el nivel establecido por la Conferencia Episcopal Española (CEE). A todo ello, añadir la idoneidad de vida, reconocida, incluso, por el Tribunal Constitucional en febrero de 2007, que llega a afirmar: “La apreciación del Ordinario acerca de si un profesor imparte o no recta doctrina y si da o no testimonio de vida cristiana, es inmune, en su núcleo al control de los Tribunales”.

Algo nuevo está naciendo

(Marifé Ramos González-Profesora de Religión desde hace 34 años) ¿Qué comentarios oímos a menudo sobre la clase de Religión? En primer lugar, que los alumnos y alumnas de ahora tienen pocos conocimientos, muchos menos que hace años. Es cierto. Pero no existe la homogeneidad que existía hace unos años. En la enseñanza pública hay grupos heterogéneos, de unos 30 chicos y chicas, en los que hay situaciones dispares: algunos no están bautizados, otros han hecho la Primera Comunión y después se han desvinculado de la Iglesia, mientras que un pequeño grupo sigue asistiendo a la catequesis de la parroquia. Además, quienes proceden de América Latina traen su idiosincrasia religiosa, y algún gitano elige la clase de Religión, aunque las familias tienen fuertes vínculos afectivos con la Iglesia de Filadelfia. Por eso llegamos a situaciones como éstas: un alumno de 2º de ESO ha preguntado que por qué hay microondas en la iglesia, cuando en realidad se refería al sagrario; otro creía que la Santísima Trinidad era una Virgen, porque empieza por Santísima.

¿Qué podemos hacer en esta situación? Partir de experiencias que sean significativas para los alumnos y alumnas, para ir dando pasos progresivos, desde lo más significativo hacia lo más desconocido, hacia los nuevos contenidos. Caminar hacia una meta, pero aunando los ritmos de aprendizaje.

¿De qué sirve que se aprendan ciertos contenidos de memoria y poco después se conviertan en “antología del disparate”, porque son contenidos desubicados, que no han “tocado” su vida?

Creo que es importante que la clase de Religión se convierta en un “taller” donde se buscan “las herramientas” que ayudan a cada grupo a llegar a la meta, sin perder a nadie por el camino, y menos aún a los chicos y chicas más marginados, a los que aprenden con dificultad o están desmotivados, porque es a los que más puede ayudar una buena clase de Religión. Ahora, mucho más que antes, tenemos que fomentar la inclusión, no la exclusión, aunque algunos contenidos los aprendan siendo adultos. 

Se oyen voces en la sociedad que invitan a forzar más el aprendizaje, pero no podemos olvidar que, en el caso concreto de la religión, es muy peligroso forzar, herir, humillar, castigar, etc., porque pueden quedar vacunados contra la religión para el resto de su vida. No hay más que ver a personajes públicos actuales que recibieron una intensa formación religiosa en sus colegios y ahora hacen lo posible por que la religión salga de la escuela… y de la vida.

Educar es ayudar a dar a luz lo mejor que tiene cada persona. La clase de Religión ayuda a los alumnos y alumnas a reflexionar, es decir, a volverse hacia sí mismos y conocerse mejor. Les ayuda a plantearse el tipo de persona que quieren ser y a descubrirse como tesoros valiosos, únicos, como imágenes de Dios. Les ayuda a elegir los valores que impulsarán su vida, a ensanchar su mirada, sus proyectos y sus metas. 

En la sociedad actual, ni la organización de las familias (o la desorganización) ni los medios de comunicación social ofrecen a los adolescentes suficientes espacios de humanización, de diálogo profundo. La clase de Religión se convierte en un espacio privilegiado para crecer en todas las direcciones: hacia lo alto (hacia el Misterio), hacia el interior (el Hondón) y hacia los márgenes (la fraternidad).

Gracias a la información que se ofrece en la clase de Religión, al diálogo fe-cultura, los alumnos y alumnas pueden –poco a poco– pasear, moverse con soltura por la cultura en la que están inmersos y comprender el sentido (la orientación y la hondura) de las manifestaciones que tienen relación con lo religioso. Así, además de combatir la ignorancia, se desarrolla una capacidad que durante décadas ha estado bastante adormecida en España: el diálogo interreligioso. Este diálogo es antídoto del fanatismo, porque de la ignorancia surgen todo tipo de actitudes intransigentes y violentas, como podemos ver cada día en las aulas y en la sociedad.

Pero la religión también es compromiso. Tras recibir una información amplia, clara, significativa, tras reflexionar sobre sí ­mismos y sobre la realidad, tras conocer la nube de testigos que nos preceden, con Jesús de Nazaret a la cabeza, el paso siguiente es actuar. Es decir, tomarse en serio el crecimiento personal y el compromiso social (a través del  voluntariado, la gratuidad, actividades humanitarias, etc.).

No podemos poner la mano en el arado y mirar hacia atrás. No podemos dar la clase de Religión añorando lo que ya pasó. Algo nuevo está naciendo hoy. Y los tiempos nuevos requieren juglares apasionados, sin miedo a caminar más lentamente que ­antaño, pero contribuyendo modestamente a tejer una nueva sociedad.

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