El ‘padre’ de la fecundación in vitro, un Nobel discutido

(Vida Nueva) Robert G. Edwards, ‘padre’ de la fecundación in vitro, es el nuevo Nobel de Medicina 2010. La decisión ha cosechado elogios y críticas. ¿Es un premio realmente merecido? El tema es objeto de debate en los ‘Enfoques’ con las reflexiones de Gonzalo Herranz, del departamento de Humanidades Biomédicas de la Universidad de Navarra y Juan-Ramón Lacadena, profesor emérito de la Universidad Complutense.

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Robert Edwards y la ética médica

(Gonzalo Herranz– Departamento de Humanidades Biomédicas. Universidad de Navarra) El Premio Nobel de Fisiología o Medicina del año 2010 ha sido concedido a Robert G. Edwards “por el desarrollo de la fecundación in vitro”. El comunicado del Comité del Instituto Karolinska de Estocolmo señala la significación de los trabajos de Edwards para tratar la infertilidad humana y exalta el valor de la investigación básica como premisa para solucionar problemas prácticos de la medicina clínica. Describe la difusión mundial de las técnicas de reproducción asistida y el proceso de refinamiento que, tras el nacimiento de Louise Brown en 1978, han experimentado.

La noticia –basta asomarse a Internet– ha provocado una oleada de congratulaciones. La mayoría de las notas publicadas en la prensa y en Internet expresan satisfacción, por no decir júbilo. Asignan a Edwards no sólo méritos científicos, sino una increíble carga de honores, en especial, por haber traído felicidad a muchas parejas que sufrían el tormento de no tener hijos. La fecundación in vitro se ha convertido en la panacea de la infertilidad: se habla de cuatro millones de criaturas generadas en la placa de Petri. De ella, además, se han derivado técnicas eficaces o prometedoras, como el diagnóstico genético preimplantatorio, la obtención de células troncales, los estudios sobre la regulación génica del embrión inicial.

Pero, entre tantos elogios, apenas se hace alusión a ciertos aspectos éticos cuestionables de la historia y de la naturaleza del trabajo ahora premiado. Edwards ha escrito dos libros autobiográficos sobre su proeza. Pero no ha revelado en ellos la historia ética de sus ensayos y pruebas con mujeres y embriones, aunque sí, y sólo en parte, la historia científica de las investigaciones de laboratorio que precedieron a su éxito.

Conviene aclarar que lo que asombra de Edwards ha sido su increíble tenacidad para perseverar en su empeño, a pesar de un año tras otro de fracasos y poco apoyo económico. Sin embargo, no se le puede atribuir originalidad: las técnicas de fecundación in vito son obra de biólogos y veterinarios que llevaban años tratando de mejorar la reproducción del ganado. Edwards las fue adaptando a las peculiaridades biológicas de la especie humana. La prioridad de haber producido la fecundación in vitro humana ha de asignarse a experimentos precedentes de John Rock y Landrum Shettles.

Edwards mostró mucho interés, en los años 80 del pasado siglo, por el desarrollo de mecanismos éticos y legales que regularan las nuevas técnicas reproductivas. Pero quería que la nueva normativa se hiciera siguiendo los criterios éticos que él había diseñado y que, lógicamente, le absolvían de error en su modo de actuar. Escudado en su prestigio científico indudable, no aceptaba críticas éticas. Sostenía que los hechos, tal como él los describía, le daban la razón. Con él mantuve, hace ahora 25 años, un debate en Bruselas sobre las inconsistencias contenidas en un documento que él había aportado a la Asamblea de la Asociación Médica Mundial, para recibir la bendición de ésta. Decidió no responder a las objeciones que le opuse.

Con su ética, hecha de sentimiento y utilitarismo, ha conseguido convencer a muchos. La proponía ya con enorme convicción entonces, y sigue haciéndolo con sentido casi mesiánico. En un artículo que escribió hace tres años, a raíz de recibir la Medalla Lasker, una altísima distinción norteamericana a científicos, rememoraba cómo hubo de superar sucesivos obstáculos éticos y defenderse “frente a la oposición de papas, políticos y laureados con el Nobel”.

El Premio Nobel que acaba de recibir parece confirmar que los hechos le han dado la razón: es cierto que la fecundación in vitro ha dado consuelo a muchas parejas infértiles. Pero, en la cuenta de los hechos, hay que poner también la gran suma de desencanto y de dolor de las parejas, más numerosas, a las que no ha servido de mucho. Y es un hecho, a mi parecer el más grave, la depreciación extrema que las técnicas de reproducción asistida han traído de la vida humana naciente: el embrión humano ha devenido en mero material de laboratorio.

Creo que la concesión del Nobel a Edwards nos brinda una oportunidad, por no decir que una responsabilidad: la de leer, o volver a hacerlo, la Declaración vaticana Donum vitae sobre el respeto a la vida humana naciente y la dignidad de la procreación. A mi modo de ver, nadie ha refutado, con argumentos racionales y datos contrastados, las razones éticas que ese documento contiene, que, por cierto, lleva la firma del entonces cardenal Joseph Ratzinger.

Oigamos las dos campanas.

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¿Una puerta que nunca debió abrirse?

(Juan-Ramón Lacadena– Profesor Emérito de la Universidad Complutense) El 4 de octubre de 2010, la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska de Estocolmo decidió otorgar el Nobel en Fisiología o Medicina 2010 al fisiólogo Robert G. Edwards “por el desarrollo de la fecundación in vitro”. El premio se le ha concedido casi 40 años después de que publicara en 1970 y 1971, en colaboración con el ginecólogo Patrick C. Steptoe (descubridor de la técnica de la laparoscopia que permitía extraer de los ovarios de la mujer ovocitos madurados in vivo), los primeros trabajos científicos que describían la obtención de embriones humanos por fecundación in vitro (FIV) que eran capaces de desarrollarse hasta la fase de 8-16 células e, incluso, blastocisto. Siete años después, el 25 de julio de 1978, nació Louise Joy Brown –primer “bebé probeta” del mundo– sin anomalía alguna. Curiosamente, ella misma ha sido madre sin tener que recurrir a las técnicas de FIV.

Al día de hoy se estima que han nacido en el mundo unos 4.000.000 de niños por las técnicas de FIV. España es el tercer país europeo en FIV: en 2006 se hicieron casi 26.000 transferencias embrionarias resultando más de 5.600 partos.

El problema bioético es muy complejo y aunque no me toca aquí abordarlo en profundidad, no puedo eludir algún comentario. En primer lugar, hay que resaltar que la obsesión científica del Dr. Edwards era solucionar el problema de la infertilidad en las parejas humanas, aliviando su sufrimiento vital. En segundo lugar, en relación con la valoración ética de la “prueba y error” en la investigación clínica humana, es importante reconocer que los primeros experimentos clínicos suelen conducir al fracaso: en el caso de Edwards y Steptoe, más de cien intentos antes de que naciera Brown. Cuando se argumenta que son muchas vidas humanas perdidas, no debe olvidarse que el 60-70% de vidas humanas concebidas por vía natural abortan espontáneamente en distintas fases de desarrollo embrionario. Por otro lado, habría que valorar positivamente que gracias a la FIV han nacido en el mundo 4.000.000 de personas que para los creyentes son “imagen y semejanza de Dios” y que, sin la ayuda de la técnica cuestionada, no hubieran existido. A mí me ha resultado impactante leer los comentarios y agradecimientos dirigidos al Dr. Edwards aparecidos en la web de la Fundación Nobel con ocasión del premio.

¿El Dr. Edwards abrió una puerta que nunca debió abrirse? En Bioética sabemos que cuando se abre una puerta no se vuelve a cerrar y que, además, existe el problema del “plano resbaladizo”: es muy difícil parar. Se dice que “a nuevos progresos científicos, nuevos retos éticos”; por eso, cuando se valora éticamente el descubrimiento de una nueva técnica es importante distinguir lo que es la técnica en sí y el uso de la misma. No se puede negar que, en el caso de la FIV, los aspectos conflictivos que se han derivado son éticamente importantes: embriones sobrantes (crioconservación), selección de embriones (diagnóstico genético preimplantacional), utilización de embriones en experimentación (células troncales embrionarias), etc.

En la Iglesia católica, la instrucción Donum vitae (1987) surgió como respuesta al Informe de la Comisión Warnok del Reino Unido (1984) y, años más tarde, se promulgó la instrucción Dignitas personae (2008) que analiza las consecuencias de los avances científicos y su difusión en los medios de comunicación y su consiguiente repercusión en la sociedad. Ambas instrucciones condenan tajantemente la FIV. ¿Qué pensar ante esta situación? Todos conocemos parejas creyentes y practicantes que han optado por alguna técnica de reproducción asistida tras buscar un serio asesoramiento y de hacer un profundo discernimiento. Sólo Dios conoce el fondo de nuestras conciencias.

En el nº 2.725 de Vida Nueva.

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