El opio del pueblo

berzosa-p(+ Raúl Berzosa– Obispo)

“G. Mucci se ha preguntado si tras la fiebre del consumo de deportes de masa no se encierra una cultura y una mentalidad nihilista (…) Es como si, muertas las utopías y silenciadas las grandes preguntas existenciales, la fuerza física suplantase a lo intelectual y lo lúdico a lo espiritual”

Marx definió la religión como el opio del pueblo. En pleno siglo XXI le corregimos: el verdadero opio del pueblo es el deporte. Se ha convertido en religión sustitutoria. Con más claridad, y en nuestro suelo hispano, hablo del fútbol. Una pregunta lacerante: ¿cómo es posible que un jugador, cuantitativamente hablando, sea la persona mejor pagada y de mayor valor de nuestro planeta Tierra? ¡Por encima de un premio Nobel, de un genio de la medicina o de un gran escritor!

G. Mucci se ha preguntado si tras la fiebre del consumo de deportes de masa no se encierra una cultura y una mentalidad nihilista. Estaríamos hablando del fenómeno que U. Galimberti ya delataba en su día: “Cuando una sociedad no puede cambiar el mundo, entonces ríe”. Es como si, muertas las utopías y silenciadas las grandes preguntas existenciales, la fuerza física suplantase a lo intelectual y lo lúdico a lo espiritual.

También Ortega y Gasset, en los años 30, preanunciaba el nacimiento del hombre-masa, sin ética fuerte y sin consistencia personal. Es el niño-vicioso, reflejo del “señorito” que el filósofo conoció, y que hace del juego y del deporte la ocupación principal de su vacía vida.

Heidegger también habló del hombre-banal cotidiano. ¿Detrás de la fiebre por el deporte se encierra un nihilismo social?.

Si esto fuere así, la terapia, personal y colectiva, tiene un nombre: educación integral, capaz de equilibrar y desarrollar armónicamente el intelecto, la afectividad, la voluntad, la conciencia personal y la fraternidad. Dicha educación se alimenta de verdaderos valores humanistas, filosóficos y religiosos. Y, además, es capaz de descubrir la belleza que encierra, incluso en lo cotidiano, la cultura, el respeto de uno mismo y de los demás, el ejercicio creativo de la razón, la solidaridad y, cómo no, el gozo de la dimensión mística.

En el nº 2.681 de Vida Nueva.

Compartir