El grito de un Cristo dividido

Conferencia-Mundial-Misione(Pedro Langa Aguilar, OSA- Teólogo y ecumenista) Del 14 al 23 de junio de 1910, tuvo lugar en Edimburgo la Conferencia Mundial de Misiones. La denuncia del catequista que allí se arrancó en contra de una misionología occidental acostumbrada a presentar en sus tierras un Cristo dividido, fue la chispa que puso en marcha el motor del ecumenismo, cuyo centenario celebramos este año. Esencialmente, fue un encuentro consultivo, pero allí se pusieron las bases de un nuevo tipo de amistad entre cristianos reunidos de naciones, etnias y credos diferentes, cuyo mensaje no tardaron en asumir dos famosos movimientos: uno mayormente doctrinal, Fe y Constitución, con Charles Brent, obispo episcopaliano de Filipinas al frente; y otro, más bien pragmático, Vida y Acción, cuya presidencia recayó en Natham Söderblom, obispo luterano de Estocolmo.

Pedro LangaNi éstos ni John Mott ni otros promotores de relieve lo tuvieron fácil al principio; tanto que, dada la ausencia de la Iglesia católica y de otras ortodoxas en aquella primera cita, no faltan quienes le niegan a Edimburgo 1910 carácter ecuménico, al menos en el sentido que hoy se lleva. Con todo y con eso, es evidente que la semilla de tan santa causa allí cayó, allí empezó a germinar y allí muy pronto a florecer y fructificar. Ninguna conferencia anterior había concitado a tantas Iglesias jóvenes. Sus aspiraciones se centraron en coordinar la actividad misionera de distintos organismos por entonces en boga, cuyas sucesivas citas no hicieron sino probar cumplidamente lo que todo buen ecumenista a estas alturas reconoce: que en Edimburgo 1910 está la carta fundacional del movimiento ecuménico de nuestros días.

El Concilio Vaticano II vería en ello, muchos años después, una gracia extraordinaria del Señor para la Iglesia del siglo XX. Y Juan Pablo II, abriendo el Sínodo para África de 1994, la estrecha relación entre unidad y misión. Se quiera o no, Edimburgo 1910 había terminado compren- diendo cuán necesaria es la unidad a la hora de las misiones. De modo que sucesivas cumbres de estos movimientos fueron dando forma a un proyecto de unificación tendente a potenciar la eficacia de sus programas. Desdichadamente, las  guerras mundiales impidieron llevarlo a efecto hasta 1948, año en que la idea salió a flote en Amsterdam con la fundación del Consejo Mundial de Iglesias.

Hoy podemos asegurar que el moderno movimiento ecuménico es una gracia singular del Espíritu Santo que a todos interpela y a todos incumbe, aunque no siempre se entienda así, ni el apoyo que a menudo recibe sea unánime. Desborda cualquier ámbito social y va más allá de latitudes geográficas concretas, es cierto, pero lo viven con más intensidad determinados países y lo secundan con mayor interés ciertos sectores religiosos. No es de los que van y vienen y llegan y pasan, como la moda, sino de aquéllos cuya importancia se agiganta con el tiempo y cuyo quehacer lo enriquece la experiencia. Pertenece básicamente a la Iglesia y depende de Cristo, su divino fundador, su centro y su vida. Se trata de un movimiento sin marcha atrás con el que habremos de contar en adelante para el apostolado de cualquier signo, empezando por el teológico. Juan Pablo II lo llegó a calificar de pastoral prioritaria y, en él, llegó a cifrar el estilo a seguir en la nueva evangelización.

La Iglesia católica, por tanto, que rehusó asistir a Edimburgo 1910 y se negó, vez tras vez, a las sucesivas cumbres de aquellos movimientos, comprendidas las primeras asambleas generales del Consejo Mundial de Iglesias, acabó por abrirse definitivamente a la causa con Juan XXIII, Pablo VI y el Concilio Vaticano II, uno de cuyos decretos, Unitatis redintegratio, viene a ser como la Carta Magna de esta eclosión pneumática de gracia y salvación. De aquel inicial rechazo, pues, la Iglesia católica pasó con los papas del Concilio a una declarada voluntad de colaboración y a un resuelto diálogo de apertura, y con Juan Pablo II y Benedicto XVI a ver ya en la iniciativa un camino irreversible. A nadie se le despinta que del grito por un Cristo dividido en tierras de misión al cúmulo de celebraciones pancristianas durante 2010 media gran trecho. De ahí que las maravillas por Dios obradas en tan atractivo quehacer intereclesial, muchas e incesantes sin duda, obliguen a sentir como dichas también para los obreros de esta Viña del Señor las palabras de Jesús que el Octavario ha elegido este año como lema: Vosotros sois testigos de todas estas cosas (Lc 24,48).

En el nº 2.689 de Vida Nueva.

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