El futuro de la ignorancia

Pedro Aliaga, trinitario e historiador

Como decía Unamuno en sus cartas a Giovanni Boine, la estupidez está prohibida al cristiano

(Pedro Aliaga– Trinitario, historiador) Bajo el sugestivo e inquietante título de La santa ignorancia (La sainte ignorance, Seuil), el sociólogo de la Religión Olivier Roy afirma que “la ignorancia tiene un gran futuro”. El autor ha explicado que el porvenir de la ignorancia correrá paralelo con el del fundamentalismo religioso. En el mejor de los casos, ciertas formas de religiosidad que se abren paso no muestran interés alguno por el saber; en el peor, consideran que la demasiada cultura es algo nocivo para el hombre de fe. “Cuanto más fundamentalista es una religión, más teme la cultura”, concluye.

Los motivos hay que buscarlos en el moderno proceso de secularización, que ha aislado a las religiones de la cultura dominante, haciéndolas más visibles. Mientras que, tradicionalmente, creyentes y no creyentes han compartido la misma cultura, este espacio común tiende a ir desapareciendo. Los creyentes tienden a mirar a los no creyentes como adversarios y a comprender la cultura como un obstáculo, existiendo una autocomprensión cada vez mayor de minoría asediada por una cultura profana, atea, pornográfica y materialista.

Dentro del cristianismo, Roy señala el despertar de fenómenos fundamentalistas vinculados al evangelismo protestante y, especialmente, al pentecostalismo, tesis de acuerdo con las previsiones de Philip Jenkins (The next christendom, 2002), quien asegura que el siglo XXI reserva un crecimiento espectacular al cristianismo de tipo carismático vinculado al pentecostalismo y fragmentado en su desvinculación respecto a las Iglesias históricas. Sobre el catolicismo, además del crecimiento de los movimientos carismáticos de todo tipo, se señala el aumento de un integrismo que ha hecho de la vuelta al Concilio de Trento su bandera, con una ausencia llamativa de referencia al Evangelio y a la Iglesia primitiva. Con una ausencia alarmante de cualquier discurso teológico en pro del mero capricho de una noche de verano, según confesaba hace poco un cardenal romano que se ve en la dura prueba de tener que dialogar con quienes hacen de Trento cuestión de capisayos y puntillas, importándoles un bledo Vitoria, Cano y Soto.

Este análisis del presente y estos barruntos de futuro deberían ayudar a un profundo examen de conciencia. El raquitismo intelectual de discursos que deberían ser luz y guía para los cristianos; la ausencia de inversiones eclesiales por el progreso de la investigación; la inapetencia cultural y teológica de muchos candidatos al ministerio ordenado, alentada por formadores que defienden en patronatos de rectores la pereza de codos de sus pupilos en materias consideradas tan baladíes como la filosofía; la creación de centros de estudios fundados en el afán de preservar y señalarse, aun a costa de rebajas en la calidad de la transmisión del saber y de la posibilidad de discusión con eremíticos compañeros; la triste consideración que merece el trabajo intelectual de jóvenes con aficción y entendederas; el desaprovechamiento de oportunidades ofrecidas a la Iglesia para participar en foros de investigación y debate, por mor del miedo a la mala idea presumida en el anfitrión, enviando a personas que espantan al más impertérrito, ¿no serán inversiones por calmar el “corazón inquieto”, buscando reposos antes de emprender el camino?

La búsqueda de espiritualidades, que más que corderos pretenden formar borregos, con voluntades rendidas a líderes aplaudidos para cuya canonización no se espera al requisito de la muerte, encontrándose con “milagros” inesperados que los hacen bajar de las peanas, con proyectos en que el Evangelio es motivo de consumo y el compromiso obedece no tanto a motivos de conciencia inteligente de la fe cuanto a consignas que son como la hierba del tejado, ¿dónde dejan a los letrados que nunca engañaron a quienes buscaron en la noche la huella del Amado?

En la radioescucha hacia el infinito, que nos transmite el acuerdo entre bondad e inteligencia, es cosa saludable oír la voz de don Miguel de Unamuno. Recientemente se ha descubierto su correspondencia con Giovanni Boine, en torno a la idea de que la estupidez está prohibida al cristiano, en base a Mateo, 5, 22. Dejemos la voz de Unamuno para ser leída en los maitines que desasosieguen las almas dormidas: “Uno de los medios más adecuados para combatir la tontería es, sin duda, el de predicar la obligación moral de ser inteligente. Es muy frecuente oír, cuando se quiere defender a los tontos, aquello de que serán bienaventurados los pobres de espíritu, y sin embargo, pobre de espíritu no es lo mismo que tonto”.

En el nº 2.715 de Vida Nueva.

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