El estilo litúrgico de Benedicto XVI

(Josep Urdeix, delegado diocesano de Liturgia de Barcelona) Una de las primeras cosas que hizo Benedicto XVI, una vez elegido papa, fue firmar un documento litúrgico: el nuevo Ritual para el inicio del ministerio petrino del obispo de Roma (20-4-2005). El rito del inicio de ese ministerio tuvo lugar el domingo 24, en la Plaza de San Pedro; y la toma de posesión, el sábado 7 de mayo.

Hacer referencia a estas dos celebraciones litúrgicas del inicio de su pontificado es casi obligado, porque nos dieron la pauta de su estilo homilético. Significativa fue la homilía en la Misa de San Pedro, porque, sin salirse de las pautas de una homilía, trazó el programa de su pontificado, a la vez que dibujaba los trazos, entre catequéticos y mistagógicos, de la explicación del significado del palio y del anillo del pescador, signos especiales que destacaron en aquella celebración.

Estas homilías nos daban los primeros ejemplos de su magisterio homilético: rico en contenido teológico, exégesis bíblica y actuación cristiana. Lo cual se manifiesta en las celebraciones de las solemnidades más destacadas del año litúrgico, en la predicación dominical cuando visita las parroquias romanas o cuando expone el contenido de las lecturas breves de la Liturgia de las Horas.

Característica principal de las misas presididas por el Papa es su exposición clara, de rico contenido doctrinal y la referencia explícita y pedagógica a la fiesta del día y el entorno litúrgico de la celebración. Prueba de ello y del interés que han despertado sus homilías son las antologías de ellas que se han publicado sobre las principales fiestas o los estudios sobre la teología del año litúrgico, según su predicación homilética en los tres ciclos del actual leccionario.

Hay otro aspecto a tener en cuenta, dado su eco mediático: las misas papales retransmitidas por televisión son, para muchos, el punto de mira para encontrar una guía de actuación aplicable a sus celebraciones. Ante este hecho –y dejando de lado su corrección ritual y la piedad que en esas celebraciones se refleja–, deben tenerse presentes dos cosas: la primera es que la liturgia papal, incluso dentro de la unidad de la liturgia romana, siempre ha tenido elementos propios y peculiares, que no deben imitarse en otros contextos; la segunda: ante el hecho de que se han dado y se dan cambios de estilo en los ornamentos litúrgicos y en la manera de disponer todo lo que afecta al altar, y que esto nos lleva a estéticas pretéritas, debe responderse –y supongo que eso respondería el Papa– que nadie se debe quedar perplejo, que sólo se trata de sensibilidades personales y que lo normativo es lo que nos dice la Ordenación General del Misal Romano. Éste es el criterio válido y aplicable en cualquier caso.

Junto a estos aspectos, muy centrados en la persona del Papa y su manera de celebrar, hay otros que, sin ser absolutamente de dimensiones litúrgicas, inciden también en ella.

Me refiero a dos hechos en el contexto ecuménico, de la unidad que debe presidir la vida de cuantos creen en Cristo. El primero fue el Motu Proprio Summorum Pontificum (7-7-2007), sobre el uso de la liturgia romana anterior a la reforma de 1970, una llamada a la comunión católica de la Fraternidad de San Pío X, de los seguidores del arzobispo Lefebvre. El otro es más reciente: la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus (4-11-2009), sobre la creación de ordinariatos personales para los anglicanos que entren en la plena comunión con la Iglesia católica.

En el primer caso, la liberalización de los libros litúrgicos anteriores al Vaticano II hace que existan dos usos del único rito romano. En el segundo, puede ser que, con la autorización de la Santa Sede, los grupos anglicanos que pasen a la plena comunión con la Iglesia católica puedan usar los libros litúrgicos de la tradición anglicana. Son dos situaciones que suponen una nueva manera de hacer en relación al uso común, como expresión ordinaria, del rito romano. Son cuestiones a las que es difícil dar una respuesta rápida. El Papa ha ido tan allá como ha podido para llamar a estos grupos a la unidad eclesial. Sus respuestas todavía no se han dado y, por tanto, no podemos decir hasta dónde pueden llevar las decisiones tomadas. El Señor nos ayude a encontrar todos la unidad y la paz, profesando todos una misma fe, en el seno de una misma Iglesia.

En el nº 2.703 de Vida Nueva.

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