El dios regañón y el Dios Padre

(P. Jaime Garralda– Fundación Padre Garralda-Horizontes Abiertos) En los autobuses londinenses, en los de Barcelona y en Madrid tenemos este eslogan: “Probablemente no hay Dios. Deja de preocuparte y disfruta”. Para los “creyentes” en el dios regañón, esto es un notición. Deja de preocuparte: de ir a misa, de rezar, de procesiones, de confesiones, de freno en besitos, “tocamientos” y uniones amorosas; de ayunos, abstinencias; problemas con preservativos, píldoras, de preocuparte por homosexuales y sus uniones, de aguantar al cura regañón. Todo eso ya no existe. ¡Vive feliz!

Pero para los pobres y los marginados; para los desterrados por las guerras; los inmigrantes aun con riesgo de sus vidas; los presos; los terminales de SIDA o lo que sea envuelto en pobreza; los enfermos de droga; los tirados “sin techo” y los bebés nacidos en miseria. Para los pobres, los marginados sociales, los países hambrientos, los míseros del 4º mundo. Para todos estos, sería la peor noticia.

Nadie puede presumir de tener tantas personas viviendo en la profundidad del tercer mundo, dedicados a ayudarles para salir de la miseria, como los misioneros creyentes en el Dios Padre. Nadie sigue teniendo mártires por no separarse de sus hermanos de otra raza, religión, idioma, masacrados en luchas absurdas. Nadie tiene tantas tumbas en sitios recónditos y míseros como nuestros misioneros. Nadie puede negar que de la unión de la pobreza de Indioamerica y el Evangelio surgió el grito más potente y limpio de auxilio con la teología de la liberación.

Aquí en España, fueron los creyentes en Dios Padre los que, desde dentro de nuestras cárceles, dijeron y dicen que los presos son hermanos; ellos fueron los que abrieron las primeras casas para aquellos desterrados, rotas sus vidas por el SIDA; ellos fueron y van a la cabeza en la lucha por gritar que no hay “drogatas”, sino enfermos de droga con derecho a tratamiento médico; ellos son los que abrazan como hermanos a los de “casta inferior”, los sin techo. Y buscan, consuelan, instruyen e intentan -sin mirar demasiado a la ley, sino a la Ley- dar la mano, comida o cama a los que arriesgan sus vidas para vivir aquí como esclavos.

Si Dios Padre no existiera, todos estos hermanos sufrientes perderían una preciosa mano amiga, movida por un corazón que les quiere, porque les reconoce hermanos, con la fabulosa dignidad de ser hijos del mismo Dios Padre. 

Si no Dios Padre no existiera, nadie hubiera podido enviarnos a Jesucristo, para caminar con nosotros, sin mirar jamás al que tiene más, sino mirar siempre al que tiene menos para ayudar. 

Si Dios Padre no existiese, pobres de ellos, y pobre de mi. Porque me dejarían sin el consuelo silencioso de mi Padre; sin la posibilidad de celebrar la Eucaristía, para sentirle, para alimentarme de amor hacia “ellos”, sin la posibilidad, cuando todo te falla, de sentir que te rodea -como el aire que no veo, pero siento-, te anima, te da sentido a la vida.

Me quedaría, de repente, aplastado por mis largos años; sentiría la vejez, la tristeza, el egoísmo. No tendría la enorme ilusión que siento ahora, cuando me levanto, a veces agotado y roto, pero con los gritos de auxilio de mi gente, y la fuerza de nuestro Padre para que vaya con “ellos”.

Ellos y nuestro Padre común dan sentido a mi vida.

No tengáis problemas. El dios regañón no existe. ¡Dios Padre Sí!

En el nº 2.645 de Vida Nueva.

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