El becario (II)

(Santos Urías) Y  qué gran razón encierra este nombre, el becario: siempre abiertos a aprender, sin pretensiones de prepotencia, viviendo de prestado o, mejor dicho, de regalado, cada oportunidad de trabajar, de ayudar, de conocer, de compartir. Pues, con esa gracia, el becario se ha abierto la puerta de muchas familias, sin ganzúa ni estilete, con su sonrisa de niño grande y su pasión en todo lo que hace.

Pero no todo es tan bonito y tan bueno. Lo de cuidar las plantas no es su fuerte. Mis amados matojos de hierbabuena lo saben. Claro, debí suponerlo, él no es un trasgo del bosque, es trasgo de ciudad, y la urbe no es buena maestra para la jardinería. Pero empeño no le falta. Cuando se quedó inmóvil mirando aquel tiesto con las hojas caídas y secas, se prometió hacer lo posible por recuperarlo, y reduplicó el riego, cosa que, seguramente, ni yo hubiera hecho.

Otra lección más de la fe, de no dar nada por perdido, de saber que las raíces, muchas veces, conservan una vida que externamente no se manifiesta por ningún lado.

Cuando volví, ya no estaba esa planta que dejé, pero unos brotes pequeños, de un verde intenso, luchabanpor salir entre los terruños de la maceta.

surias@vidanueva.es

En el nº 2.665 de Vida Nueva.

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