Ecumenismo de paso lento

(Joaquín L. Ortega– Sacerdote y periodista)

“El balance actual de proyectos y de resultados creo que resulta cuerdo y positivo. Todo parece caminar hoy al son del “sin prisa pero sin pausa”. Benedicto XVI, en su primera alocución tras su elección para el papado, marcó la pauta del ecumenismo y, con ella, su ritmo. Ratzinger sabe lo que hace y hace lo que se propone”

De la lectura de ciertos textos deduzco que hay, y no pocos, quienes tratan de empujar a pastores y fieles hacia las praderas de la unidad. Como si estuvieran perdiendo la paciencia. Que si los anglicanos, que si los griegos, etc.

A mi entender, la unidad ecuménica exige dosis muy altas de revisión, de renovación y de reforma. Es decir, que no hay que cejar en el empeño, pero que no cabe precipitar los acontecimientos. Hay que aprender a acercarse, después de tantos siglos de alejamiento. Hay que aproximarse lo más posible a la sensibilidad ajena, hay que aprender a habitar un universo desconocido y más bien extraño. Pero todo menos improvisar. Los chascos del pasado son la mejor advertencia. No procede olvidar que ya, por ejemplo, en 1439, en el seno del Concilio de Ferrara-Florencia, se procedió solemnemente a decretar la unión con los griegos. Léase la vibrante bula Laetentur Coeli y se advertirá el grado de improvisación con que está escrita y aprobada. Sería lamentable que semejante fiasco volviera ahora a repetirse.

El balance actual de proyectos y de resultados creo que resulta cuerdo y positivo. Todo parece caminar hoy al son del “sin prisa pero sin pausa”. Benedicto XVI, en su primera alocución tras su elección para el papado, marcó la pauta del ecumenismo y, con ella, su ritmo. Ratzinger sabe lo que hace y hace lo que se propone. Él, como los grandes ecumenistas, cuenta con que hay que esperar a que suene “la hora de Dios”. Esa hora que se espera sin adormilarse, como recomienda el evangelio.

En el nº 2.733 de Vida Nueva.

Compartir