Dos papas santos en el escenario conciliar

Un paso más en la nueva dimensión que el Papa quiere dar a la figura del obispo de Roma

Juan XXIII y Juan Pablo II, papas canonizados en abril 2014

JUAN RUBIO. | Alguien dijo que el siglo XX fue el “Siglo de Oro” de los papas santos, teniendo en cuenta a los canonizados, beatificados y quienes están en proceso.

La santidad ha de ser el adorno del sucesor del pescador de Galilea, incluso con sus lados oscuros. Ya en el siglo XI, Gregorio VII pedía en su Dictatus Papae 27 condiciones para ser elegidos y evitar las consecuencias nefastas del cesaropapismo imperante: “La santidad ha de ser característica fundamental del papa”.

Pero no todo el monte ha sido orégano. Tampoco todo es la deriva del pontificado durante la saga de los Borgias, bien retratados por Apollinaire en La Roma de los Borgia (1913). Tampoco todos están en el Octavo Círculo del Infierno de la Divina Comedia de Dante. De los 266 papas de la historia, 80 están canonizados, con la certeza de que otros muchos lo fueron. Hay santidad bajo la tiara. Y mucha.

Para el papa Francisco la canonización conjunta de Juan XXIII y Juan Pablo II llega en el “momento oportuno”, en un kairos excepcional, el 50º aniversario del Concilio Vaticano II, clave de la ceremonia del domingo. La decisión de unir a los dos papas no es un capricho de marketing para pulir la imagen deteriorada de la Iglesia en los últimos años. Tampoco es una exhibición de poder espiritual, justo cuando se va perdiendo poder político y material. Decir que fue un acto peronista es desconocer a Bergoglio y no tener idea del peronismo. Y escribir cosas por el estilo solo sirve para retratar al amanuense.

Fue algo más nuclear, una estrategia pastoral, un paso más en la nueva dimensión que el Papa llegado de las periferias quiere dar a la figura del obispo de Roma en el futuro. Y lo hace desde el espíritu del Vaticano II, aun siendo el único papa que no asistió a las sesiones conciliares, aunque vibrara por sus reformas. (Roncalli, Montini, Luciani, Wojtyla y Ratzinger sí estuvieron).

Ahora, en el momento oportuno, propone dos figuras gigantes como paradigma para el futuro de la Iglesia. Ambos participaron en el Concilio; Juan XXIII lo intuyó con sereno coraje y Wojtyla lo vivió con pasión como obispo, aunque después, en su largo pontificado, atemperara algunos cambios que le valieron no pocas críticas. Ambos caminaron en fidelidad al Espíritu que actúa en su Iglesia y ambos vivieron su pasión por el mundo, inyectando en sus venas el gozo del Evangelio.

Y todo desde un profundo deseo de comunión eclesial. Francisco quiere devolver a la Iglesia el ritmo sinodal, y los propone como modelo, orando, por intercesión de los dos nuevos santos, para que, cada día, la Iglesia se adentre “en el misterio de la misericordia que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama”. Un paso más para esa redefinición del papel que debe tener en el siglo XXI el “obispo de Roma”, sin apagar la gran luz del Vaticano II.
 
En el nº 2.892 de Vida Nueva

 
En el nº 2.892 de Vida Nueva

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