Divorciado, divorciada, “¿nadie te ha condenado?”

Jesús Sánchez Camacho, profesor CES Don Bosco  JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco

“El divorcio significa pérdida de esperanzas y final de algunos sueños; pero también puede significar una nueva vida, nuevas ilusiones y nuevos sueños. Constituye tierra extraña, pero es una tierra en la que la tristeza, el dolor y la muerte no tienen la última palabra. La experiencia del divorcio [es] auténticamente pascual”.

Así comienza el jesuita Pablo Guerrero Rodríguez Cantar al Señor en tierra extranjera: algunas notas sobre espiritualidad y divorcio. En sus conclusiones marca la ruta pastoral para con los divorciados: “No debemos cometer el error de considerar a las personas separadas y divorciadas como una especie de categoría diagnóstica. No se trata de personas que hayan de limitarse a recibir ayuda. Ellas mismas tienen un papel que desempeñar en la vida de la comunidad”.

Si hoy la Iglesia debate cómo afrontar este reto, hace justo cinco décadas que Elías Zoghby, vicario patriarcal de los melquitas de Egipto, demandaba a la teología la aportación de un remedio a la situación angustiosa de los esposos inocentes. En el nº 492, Vida Nueva cita algunas de sus ideas, que, durante la cuarta sesión del Concilio, causaron estupor a obispos como Ernesto Ruffini. Este llegaba a sostener “la castidad matrimonial” e, incluso,la “superioridad de la virginidad”.

Pero el obispo melquita cuestionó la solución de la Iglesia en el Aula conciliar: “¿Arréglatelas por tu cuenta, no tengo solución para tu caso? ¿No podría, en tal caso, la Iglesia recurrir a una solución excepcional?”. Zoghby citaba a Mt 5, 32; 19, 6-9, aludiendo a la indisolubilidad del matrimonio, excepto en caso de adulterio. Y ponía como ejemplo a la Iglesia oriental, que, desde los primeros siglos, había apostado a favor de un nuevo matrimonio por parte del cónyuge inocente.

El Sínodo de la Familia es una buena oportunidad para que la Iglesia, oficialmente, deje de absolutizar la indisolubilidad. Algunos creen que la acogida a los divorciados significa mundanizar y secularizar la fe. Pero, ¿ninguno de estos adalides de la ortodoxia se ha alejado, alguna vez, de su opción fundamental? Si la respuesta es afirmativa, que no se autocondenen, porque nunca es tarde para levantarse y volver a caminar (Jn 8, 3-12).

En el nº 2.960 de Vida Nueva.

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