Dialogar y buscar formas de entendimiento

EDUARDO CIERCO. POZUELO DE ALARCÓN (MADRID) | Leo en Vida Nueva (nº 2.812) que el nuevo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe ha afrontado ya, entre otros, el tema de las monjas estadounidenses.

Parece que estas entienden que no hay “emancipación” –dentro de la Iglesia, por supuesto– mientras no puedan acceder todos al ministerio sacerdotal. “Todos”, es decir, tanto hombres como mujeres.

El cardenal Müller expone: “La doctrina católica sabe que no somos nosotros los que dictamos las condiciones del ministerio sacerdotal, y que detrás del hecho de ser sacerdote está siempre la voluntad y la llamada de Cristo. Invito a renunciar a polémicas e ideologías y sumergirse en la doctrina de la Iglesia”.

En otra página del mismo número de la revista, leo que el cardenal brasileño João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, ha dicho en la XVIII Asamblea de la CLAR (18 al 22 de junio en Conocoto, Ecuador): “Si no dialogamos constantemente con la sensibilidad de las mujeres y los hombres de hoy, corremos el peligro de tener un tesoro y no poder ofrecerlo”.

Dialogar es recurrir a todas las posibles fórmulas de entendimiento de que pueda disponerse. Nadie duda, a buen supuesto, de que las epístolas de san Pablo cuentan con esta tradición de la Iglesia, que brota directamente de los Apóstoles. En Romanos 16, 1 y 2 leemos: “Os recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas; recibidla como cristianos, como corresponde a la gente consagrada; poneos a su disposición (…) pues (…) ella se ha hecho abogada de muchos, empezando por mí”.

La restauración del diaconado masculino y femenino sería otro empeño paulino, ajustado al diálogo constante con las mujeres y hombres de hoy, de esos que permiten en el siglo XXI ofrecer el tesoro que se tiene. Sería, claro, plenamente ortodoxo, sumergido en la Tradición de la Iglesia y, además, acercaría posturas con las monjas norteamericanas. Tendría ventajas prácticas en zonas de misión a las que no llegan ni el sacerdote ni las monjas.

En el nº 2.814 de Vida Nueva.

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