Diaconado y vocaciones

(Joan Salas, candidato al diaconado permanente en el Obispado de Sant Feliu de Llobregat) Me gustaría realizar algunos comentarios sobre el artículo ¿Qué hacemos con los diáconos permanentes? (Vida Nueva, nº 2.707).

Para empezar, diré que la vocación al diaconado parte de una opción personal muy difícil, por incumbir ésta a otras personas de la vida íntima del futuro diácono, como la esposa y los hijos; es una familia la que, con el marido a la cabeza, se pone en disposición de servir a la Iglesia en el presente momento histórico, que no es otro que el que es, ni bueno ni malo en sí mismo; el futuro diácono, pues, se ofrece de forma responsable y voluntaria, en la más absoluta amplitud de la palabra, a ser siervo de Cristo.

Esto no debe hacer desfallecer a los responsables de fomentar la vocación al presbiterado, y tampoco debe confrontar a ambas figuras clericales. El diácono tiene una misión propia en el cuerpo de la Iglesia: la de servir al pueblo desde el pueblo, la de puente, si se quiere, entre la Iglesia y sus fieles. La de ser testimonio ardiente del amor al prójimo y a Dios.

En la actualidad existe, y no se puede negar, una acuciante falta de vocaciones en todos los ámbitos, no solamente en los religiosos. La sociedad está volcada hacia sí misma e instalada en el individualismo. La propia palabra vocación está claramente en entredicho, lo que hace que debamos esforzarnos mucho más en identificar a aquellas personas que, en ocasiones sin saberlo, están siendo llamadas al servicio del Señor. Algunas lo serán al diaconado, pero otras tantas a la Vida Consagrada, y tantas más al presbiterado. Es misión de todos realizar este proceso de identificación para que tengan cabida sus inquietudes vocacionales, cada una de ellas en función de sus perspectivas y condiciones personales y, ante todo, respetando sus particulares carismas, en el amplio seno de la Iglesia.

No debemos presuponer que las vocaciones diaconales serán contraproducentes para otras distintas; lo que sí debemos estar muy dispuestos es a saber discernir lo que el Espíritu Santo nos quiera infundir. No es momento para defensas cerradas de lo que cada uno considera, y sí para que todos estemos unidos en el bien y por el futuro de nuestra milenaria y querida Iglesia.

En el nº 2.709 de Vida Nueva.

Compartir