Desazón en la Comunión Anglicana

JESÚS SÁNCHEZ CAMACHO | Profesor CES Don Bosco

El 23 de marzo de 1966, la Iglesia católica y la Comunión Anglicana dieron “un paso al frente”. Así definía Vida Nueva en su portada del nº 516 un encuentro entre Pablo VI y Arthur Michael Ramsey, arzobispo de Canterbury. Un día después, se publicaba una Declaración conjunta en la que ambos establecían como punto de partida “unas relaciones fundadas en la caridad, tendentes a establecer la unión, eliminando las causas de conflictos”.

El camino de la unidad estaba abierto. Hacía años que el arzobispo de Canterbury número cien había mostrado su disposición en la apuesta por la unidad de los cristianos, cuando en 1936 publicó El Evangelio y la Iglesia Católica. Posteriormente, había tenido un encuentro con Juan XXIII para dilucidar cómo se podía allanar el terreno de la unidad. Y, en esta ocasión, como primado de la Iglesia de Inglaterra y líder de la Comunión Anglicana, se encontraba con el Papa para firmar un documento.

Aunque ni todos los católicos ni todos los anglicanos han visto un signo ecuménico en la creación de ordinariatos personales, los conflictos entre ambas denominaciones se han disipado. Ahora, el peligro de cisma aflora dentro de la casa anglicana con el último decreto que sanciona a la Iglesia Episcopal de EE.UU., amordazando su voto en el Consejo Consultivo. Durante tres años, tendrán que pagar un costoso peaje: tener manga ancha en cuestiones de moral sexual.

En el nº 2.982 de Vida Nueva

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