Democracias

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de Sevilla CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

Durante el mes de enero, sus señorías se han tomado unas vacaciones llamadas “parlamentarias”. Es decir, que no hay convocatorias para sesiones en el Congreso de los Diputados. Tiempo muy oportuno para que sus señorías, y a cuantos corresponda, puedan detenerse a considerar si estamos en la línea de una buena democracia.

Lo que es y significa democracia en la organización de un pueblo es bien conocido. La Iglesia reconoce este sistema, siempre que garantice la participación de los ciudadanos en las opciones políticas. Solamente en un Estado de derecho que asegure el reconocimiento de la dignidad de la persona puede hablarse de democracia.

Dentro de los principios fundamentales que constituyen y garantizan un auténtico ejercicio democrático, se hace referencia a democracia política, económica, social, ecológica, inclusiva… De la llamada “democracia pulmonar” apenas se tiene noticia. Se la inventó un cura, y en un barrio muy pobre de Huelva. Y se refería a tantos vacíos discursos que se dirigían más a defender las propias opciones de partido que al interés por aquello que de verdad el pueblo necesitaba. Parece ser que, para triunfar, había que tener una voz estentórea, atronadora, capaz de gritar hasta que a uno le hicieran caso.

Este sacerdote, luego arcipreste, obispo y ahora santo, es don Manuel González, el de los sagrarios abandonados, el de las escuelas para los más olvidados, el de la recuperación de un barrio más que deteriorado, el senador del Reino… Este hombre de Dios, que comprendía perfectamente que el sagrario y el mundo no podían estar separados. Que el honor de Dios está en el servicio a aquellos que más necesitan reconocimiento a sus derechos y valoración de su dignidad.

“El crecimiento de las desigualdades y las pobrezas –dice el papa Francisco– ponen en riesgo la democracia inclusiva y participativa, la cual presupone siempre una economía y un mercado que no excluyen y que son justos”. Enemigos peligrosos para la democracia, añade el Papa, son los “purismos angélicos, los totalitarismos de lo relativo, los fundamentalismos ahistóricos, los eticismos sin bondad, los intelectualismos sin sabiduría”. Mantener viva la democracia es un reto que hoy la historia nos ofrece.

La democracia no puede quedarse en una forma de organización política. Hay una gran responsabilidad educativa: educar a las personas en actitudes verdaderamente democráticas, de respeto a las ideas diferentes, de una eficaz participación en el bien común…

Publicado en el número 3.022 de Vida Nueva. Ver sumario

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