Decíamos ayer (29 de marzo de 1980)

Monseñor Romero, del lado de la vida

“‘Un hombre de esperanza’: así quería él que le reconocieran. Porque la muerte rondaba todas las esquinas de su país. Y sólo la esperanza puede quitarle a la muerte su aguijón. Su tarea fue ésa: devolver al pueblo lo que el evangelio le da: la calle, la palabra y la esperanza. (…) Es un pérdida irreparable para el pueblo salvadoreño, al que tanto quiso. Pero él, asesinado como Jesús por los poderosos de su país –para los que monseñor era muy, muy molesto–, ha caído del lado de la vida. (…) ha roto las fronteras de su pequeño país para estar en todas partes, se queda acompañando siempre la lucha de sus paisanos, su amada ‘pobrería’”.

En el nº 2.700 de Vida Nueva.

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