De Cuaresma

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Se ha perdido el sentido de pecado, de tener la conciencia de haberse apartado de la voluntad de Dios…”

Como es tiempo para la reflexión y para recordar el origen y el destino y limpiar un tanto la casa en vistas a la celebración de la gran fiesta pascual, será muy sensato el considerar aquello que más entorpece el camino para llegar al justo final y que desmorona cualquier proyecto para un sincero encuentro con Jesucristo.

Desde hace mucho tiempo, se viene hablando de que el hombre ha perdido el sentido de pecado. Aquel día del paraíso en el que el hombre se empeñó en olvidar a Dios y hacer por entero a su propio capricho marca el calendario de los descalabros y de la sordera para escuchar la voz de la conciencia y seguir el camino del bien.

Lo del paraíso ha sido recordado por el papa Francisco. Allí hubo celos y envidia, nada menos que de los proyectos de Dios. Y con la ayuda de los celos y de las envidias se abrieron las puertas de las amarguras y de todos los males del mundo. Se hizo mal a los ojos de Dios y se puso a la autosuficiencia como criterio de conducta, y un virus maligno lo fue envenenando todo y produciendo una corrupción interior, de tal manera que el hombre casi dejaba de ser persona y quedaba traído y llevado por pasiones, caprichos y malevolencias.

Ya no resonaba la voz de Dios en la conciencia del hombre. Cuando Dios no ocupa el lugar preferente en la vida de una persona, ya habrá otros ídolos a los que adorar por un tubo sin reparo alguno.

Se abandona la experiencia de Dios y uno no quiere saber nada más que de sí mismo, de sus gustos y apetencias. Se ha corrompido la propia identidad y, sin darse cuenta, pues el pecado es como un cáncer invisible, se va encadenando la libertad, se bloquea todo lo que se refiere a Dios y desaparece la alegría.

Hay un salmo muy hermoso y muy propio para ser leído y meditado en estos tiempos de Cuaresma. Habla de la misericordia de Dios, del inmenso deseo de que Dios borre la cuenta del pecado cometido y que purifique a quien reconoce su culpa y la maldad que Dios aborrece. Hay una súplica llena de sinceridad, reconociendo que se ha caminado por una senda equivocada, que se ha perdido la paz en la conciencia. Pero la confianza es grande y la súplica llena de los mejores deseos: ¡devuélveme, Señor, la alegría de tu salvación!

Se ha perdido el sentido de pecado, de tener la conciencia de haberse apartado de la voluntad de Dios, de la responsabilidad de la propia condición de criatura, de unos compromisos de fe y de una conducta moral. Por eso, en medio de tantas crisis, se piensa que las raíces de tan deplorables situaciones están más allá de los números y de las finanzas, de los equilibrios económicos y de los problemas políticos.

En el nº 2.885 de Vida Nueva.

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