Curas vascos fusilados, pero no olvidados

(Vicente Cárcel Ortí– Roma) Con motivo del reciente funeral por los 14 curas vascos fusilados por los franquistas (Vida Nueva, nº 2.669), se ha dicho que “sus nombres fueron relegados al silencio”. Deseo precisar que en mi Diccionario de Sacerdotes Diocesanos españoles del siglo XX (BAC, 2006; recensión de Sanz de Diego en VN, nº 2.526) les dediqué especial atención a todos ellos, y lo mismo he repetido en mi monografía Caídos, víctimas y mártires. La Iglesia y la hecatombre de 1936 (Espasa-Calpe, 2008; recensión del mismo autor en VN, nº 2.628), explicando las razones políticas de sus muertes: separatismo vasco, activo en casi todos los casos. Por tanto, no han sido relegados al silencio.

Ante la enérgica protesta de la Santa Sede, documento en el segundo libro citado que Franco, sorprendido ante un hecho que desconocía y que reprobó enérgicamente, dijo a Gomá: “Tenga Eminencia la seguridad de que esto queda cortado inmediatamente”. Y así fue. Sin embargo, en el bando republicano miles de sacerdotes, frailes, monjas y católicos seglares fueron asesinados simplemente por serlo, por odio a la Iglesia, a todo lo que ésta y ellos representaban. Salvador de Madariaga dijo: “Hay mucha distancia en muertes a sacerdotes por razones políticas, y a pesar de ser sacerdotes, y un asesinato en masa de sacerdotes precisamente por serlo”. A los 14 sacerdotes vascos hay que añadir al mallorquín Jerónimo Alomar Poquet, acusado de espionaje y sometido a un Consejo de Guerra. Éstos, y también algunos católicos políticos republicanos, fueron víctimas de la implacable represión política que se dio en los dos bandos; aquéllos fueron mártires de la persecución religiosa, que sólo se dio en la España republicana.

Todos ellos merecen el máximo respeto y admiración y, por supuesto, el recuerdo de nuestra oración, pero no debemos confundir a quienes dieron su vida por su condición sacerdotal –defendiendo la fe cristiana, perdonando a sus enemigos y rezando por ellos, tras haber padecido torturas y sin proceso alguno– con quienes fueron fusilados por razones políticas sin más, y no por su fe católica. Todos los muertos no son iguales. En la zona vasca leal a la República perseguidora de la Iglesia, fueron ejecutados 47 sacerdotes. Pero el PNV imputó esos asesinatos al Frente Popular y se consideró libre de cualquier responsabilidad política. Sin embargo, también el Gobierno de Euskadi se manchó de sangre por su connivencia con una República que proyectó la destrucción de la Iglesia, aunque no la consiguió porque el veredicto de las armas le fue adverso.

En el nº 2.671 de Vida Nueva.

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