Cuba: el renacer de una esperanza

María C. Campistrous. Profesora de Doctrina Social de la Iglesia en el Seminario de San Basilio Magno de Santiago de CubaMARÍA C. CAMPISTROUS | Profesora de Doctrina Social de la Iglesia en el Seminario de San Basilio Magno de Santiago de Cuba

Como mujer cubana –madre, abuela y educadora, para más señas–, sentí un vuelco en el corazón al escuchar que se reanudarían las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, país al que me unen profundos lazos familiares. Era el despertar de un casi olvidado sueño, condimentado además con el orgullo de saber que el mediador que lo hacía posible era el papa Francisco: la distensión esperada durante medio siglo había ocurrido por su influjo.

Salir a la calle y oír los comentarios de la mayoría era descubrir que el pueblo abría su corazón a la esperanza. Vale decir que si algo necesita mi pueblo es sentir que el presente puede cambiar y que un futuro mejor ya no parezca tan lejano. La desesperanza de alcanzarlo ha corroído valores y separado familias en este suelo patrio donde vivo y encarno mi fe. Y no es para menos, aunque duela decirlo: las penurias del diario vivir –sobreviviendo, a veces– y el porvenir incierto laceran la esperanza cuando la espera cansa y las promesas fallan.

Es verdad que priman los que solo anhelan mejoras económicas como si estas fueran la solución de todos los problemas. Pero es comprensible cuando la pobreza reina en tantos hogares cubanos, aun en los de profesionales competentes y trabajadores que viven día a día el reto de alimentar bien a sus hijos.

Pues, como decían nuestros obispos en su carta pastoral La esperanza no defrauda (8 de septiembre de 2013): “Es la pobreza material, producto de salarios que no alcanzan para sostener dignamente a la familia, así como otras formas de pobreza que afectan a las personas más vulnerables y desamparadas”.

Y es esa misma penuria que limita horizontes la que hace a nuestros jóvenes, “dulce esperanza de la Patria”, en el decir del venerable padre Félix Varela, vislumbrar el futuro solo cruzando fronteras, acrecentando así el flujo migratorio que ha desangrado durante décadas y aún desangra nuestra nación.

Por ello, me alienta la esperanza de cambios también internos que hagan de la persona humana el centro y el fin de todas las estructuras sociales.

Que el Señor de la Historia acompañe nuestro anhelo y el Espíritu aletee sobre los corazones de los que tienen en sus manos las decisiones necesarias.

María de la Caridad del Cobre, Madre y mediadora que une a los cubanos de diferente pensar, sea la intercesora de nuestros sueños y, al mismo tiempo, reavive nuestra fe en el futuro límpido de la tierra que nos vio nacer, cristalizando el deseo del Papa hoy santo, que nos decía al despedirse de Cuba en su histórico viaje de enero de 1998: “Constrúyanlo con ilusión, guiados por la luz de la fe, con el vigor de la esperanza y la generosidad del amor fraterno”.

Catorce años después, en marzo de 2012, el papa Benedicto XVI nos visitaba y, al despedirse desde el aeropuerto de La Habana, ponía palabras a nuestros sueños, implorando para que “Cuba sea la casa de todos y para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de serena fraternidad”.

En el nº 2.931 de Vida Nueva

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