Cuando la muerte es triunfo de la vida

Umberto Marsich sacerdote javeriano
funeral del cardenal Carlo Maria Martini septiembre 2012

Funeral del cardenal Martini en Milán, el pasado septiembre

UMBERTO MARSICH, sacerdote javeriano | Todavía permanecen vivas e impactantes, en la memoria colectiva de los pueblos, las imágenes de la despedida final del papa Juan Pablo II. Umberto Marsich sacerdote javeriano

El recuerdo de esa procesión interminable de millones de peregrinos de todo el mundo, orantes y silenciosos, alrededor del ataúd más sencillo del mundo, sencillo como aquel que había sido puesto en él para que, finalmente, gozara la paz de los justos y la felicidad reservada por Dios a aquellos que lo han encontrado y amado fielmente hasta la muerte, sigue poderoso en todos nosotros. Hace poco más de siete años, la humanidad entera celebraba el funeral de Juan Pablo II y esa sepultura cristiana se convertía en su auténtico triunfo.

Cuando el hombre hace de su vida un don generoso, cuando ha encarnado los valores que lo realizan y exaltan, ha logrado dar testimonio de la esperanza que trasciende y ha permanecido hasta el final en la fe en Dios, la sombra de la muerte desaparece para dar espacio al claror de la eternidad gloriosa.

En efecto, la presencia de Juan Pablo II permanecerá para siempre en el alma y en la mente de los hombres y su recuerdo se grabará, eternamente, en la historia. La muerte de Juan Pablo II, por cierto, se convirtió en un triunfo de la ‘vida verdadera’.

Ejemplos vivos

Hoy, también la muerte del cardenal Carlo Maria Martini, obispo emérito de la diócesis de Milán, miembro sobresaliente de la Compañía de Jesús y profesor insigne de Sagrada Escritura, se ha convertido, nuevamente, en un triunfo de la vida.

Escritor de profunda inteligencia, pastor de exquisita espiritualidad y hombre de enorme humanidad, ha hecho de su vida un don generoso; ha testimoniado la belleza de la fe en Cristo, ha dialogado humilde y sabiamente con interlocutores de todo tipo y nos ha acompañado como pastor bueno, en el duro y sufrido camino de la vida, hasta el final.

Si cientos de miles de hombres
se reúnen alrededor de un muerto
para reconocer la trascendencia del mensaje y
testimonio de su vida,
es que todos valoramos y respetamos a las personas
que han hecho de su muerte un triunfo de la vida.

Parece contradictorio, sin embargo, que la humanidad más materialista de todos los tiempos y la sociedad más hedonista de la historia saben reconocer lo valioso de sus hijos cuando nos dejan ejemplos vivos de magnitud moral y testimonios de belleza espiritual.

La sensibilidad humana, respecto a los grandes valores de la existencia, no se ha extinto. No es cierto, entonces, que vivimos inmersos en la ceguera del espíritu y en la sordera de las ‘palabras’ auténticas. Si también en esta ocasión cientos de miles de hombres, de toda raza y credo, se reúnen alrededor de un muerto para reconocer la trascendencia del mensaje y testimonio de su vida, eso significa que, más allá de las apariencias, todos valoramos y respetamos a las personas que han hecho de su muerte un triunfo de la vida.

Y Carlo Maria Martini ha sido uno de ellos. Exactamente, como lo fueron los beatos papas Juan Pablo II y Juan XXIII, la beata Teresa de Calcuta y el insigne pacifista Gandhi, entre otros.

Si la muerte de un hermano se convierte en triunfo, lo que sobresale es el ‘contenido’ de la vida, la consistencia de los valores que la trascienden y la verdad del misterio de Dios, fuente y origen de todo.

El rechazo del encarnizamiento terapéutico que Carlo Maria Martini había predicado en vida y pidió en punto de muerte, por ninguna razón debe ser interpretado como acto de desprecio de la vida, sino como manifestación de su gran aprecio y valoración serena de su momento final.

Si Juan Pablo II pidió, en ese momento terminal, que lo dejaran ir a la casa del Padre, el cardenal Martini solicitó que lo respetaran porque la ‘misa de su vida’ había llegado felizmente a su término. Los dos pastores, por cierto, de esta manera nos dieron muestra de fe en la eternidad y nos enseñaron cómo enfrentar, en el Señor, el misterio de la muerte: Ut in omnibus glorificetur Deus, para que en todo sea Dios siempre glorificado.

En el nº 2.823 de Vida Nueva.

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