Contrastes

(Ángel Moreno, de Buenafuente) Fue en el marco de una plaza medieval, la Plaza del Grano, ante la silueta de un ábside románico, entre soportales con fustes de madera, en pleno Camino de Santiago, por donde cada día pasan los peregrinos en busca del refugio que mantiene abierto en León el Monasterio benedictino de las Carvajalas. Allí fui testigo de cómo, al mismo tiempo que se cantaba la salmodia, al mismo tiempo que jóvenes peregrinos avanzaban por las etapas de la ruta jacobea sobreponiéndose a todas las inclemencias, entrando la noche, mientras el silencio mayor envolvía el claustro, un grupo de jóvenes montaba su “botellón” junto a la fuente de la plaza.

Como en una pintura surrealista, el canto gregoriano, los pies del peregrino, la imagen de la Virgen del Camino, las piedras de sillería, el suelo empedrado, se mezclaban con las botellas y las voces de un grupo desvanecido, prolongando la presencia por una necesidad de sentido.

Quizás un día, la ofrenda permanente de las monjas, la fatiga y testimonio de los que a pie y con esfuerzo cruzan el Camino hacia Compostela, y la mirada entrañable de la Virgen patrona de la ciudad conceda a cada uno de los jóvenes el descubrimiento de lo que sacia el alma, el gozo de lo definitivo, la alegría que se experimenta en la paradoja de la ofrenda de la existencia por un amor mayor.

En el nº 2.666 de Vida Nueva.

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