Consagrar la vida

Carlos Amigo, cardenal arzobispo emérito de SevillaCARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por Cristo, está obligado a proclamarlo. Esta es la gran fuerza profética de la Vida Consagrada…”

 

El papa Francisco ha querido dedicar el año 2015 a laVida Consagrada. Es un llamamiento a toda la Iglesia, y no solo a los hombres y mujeres directamente afectados por una profesión en un instituto religioso. Los objetivos de este año pasan por considerar la primacía de Dios en la propia vida, arriesgarse a tomar decisiones evangélicas de renovación y dar testimonio de alegría.

Por su parte, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica ha publicado una carta en la que se recoge el magisterio de Francisco sobre la Vida Consagrada. El Papa habla del encuentro, el seguimiento, la fidelidad, el testimonio y la cercanía de Cristo, lo cual no puede por menos que producir una inmensa alegría, que es fruto del Espíritu, pues denota el reconocimiento de la presencia de Dios en la propia vida. La alegría no es un adorno, sino una exigencia de aquel que busca sinceramente a Dios.

Invita el Papa a realizar continuamente un éxodo de uno mismo para centrar la existencia en Cristo y en su Evangelio. Esta fidelidad es la que lleva a la alegría, mientras que la carencia de fidelidad provoca la esterilidad y la tristeza. La alegría se consolida en la experiencia de la fraternidad, como lugar teológico, donde cada uno es responsable de la fidelidad de todos los demás. Una fraternidad sin alegría se aparta del Evangelio.

El camino del amor en la entrega conduce necesariamente al encuentro con el rostro de Cristo. Y quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la verdad que es Cristo, está obligado a proclamarla. Esta es la gran fuerza de la caridad profética de la Vida Consagrada.

Habla el Papa de una crisis de adhesión consciente a la llamada de Cristo, pero también de una crisis de humanización que provoca una herida de incapacidad para realizar una vocación. No a un camino personal y fraterno marcado por el descontento, por la amargura que conduce a la lamentación y a la nostalgia. Solamente volviendo al centro profundo de la vida consagrada, que es Cristo y su cruz, se puede reencontrar el camino olvidado.

El testimonio de la misericordia, la ternura del Señor que enardece el corazón, despierta la esperanza y atrae hacia el bien, que es la misión que el papa Francisco encomienda a los consagrados. ¡Testimoniar la misericordia de Dios! Confiar en una felicidad verdadera y una esperanza posible, que no se apoye únicamente en los talentos, en las cualidades, en el saber, sino en Dios.

No se puede privatizar el amor. Habrá que salir a las periferias y encontrarse con la carne de Cristo. Donde se encuentran los consagrados, tendrá que brillar la alegría que nace del saber que el Señor ha estado grande con nosotros. Esta es la razón de nuestro contento.

En el nº 2.919 de Vida Nueva

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