Comunicarse con Dios

(Camilo Maccise– Mexicano, expresidente de la Unión de Superiores Generales)

“Mientras la humanidad ha tardado siglos en facilitar el encuentro y comunicación, Dios ha estado siempre tan cercano que podemos comunicarnos con Él no sólo porque entró en nuestra historia, sino porque vive en nosotros, como nos enseñó Cristo”

Es maravillosa la facilidad que tenemos en el mundo de hoy para la comunicación. Esto era inimaginable hace 50 años. Una vez, viajando de Sudamérica hacia los Estados Unidos, me senté junto a una señora y a su anciano padre de 85 años. Ella me compartió su preocupación por la fuerte emoción que él iba a experimentar al encontrarse con un hermano suyo después de 60 años. Su hermano había emigrado a los Estados Unidos el mismo año en el que él lo había hecho a América del Sur. Hacía poco que se había enterado que éste vivía en California. Durante seis décadas no habían sabido nada el uno del otro. La distancia los había incomunicado.

Actualmente, en cambio, contamos con medios de todo tipo para hablar con los demás sin importar la distancia; para verlos a través de una pequeña pantalla que nos transmite su imagen. Aparatos cada vez más pequeños, ligeros y sofisticados nos permiten usar el correo electrónico, estar informados del tiempo y de los movimientos de la bolsa de valores, escuchar música, tomar fotografías, ver películas, realizar llamadas locales e internacionales, recibir y enviar mensajes. Por eso, la propaganda comercial recomienda sus aparatos diciendo: “Con nosotros estás siempre cerca”.

Mientras la humanidad ha tardado siglos en facilitar el encuentro y comunicación, Dios ha estado siempre tan cercano que podemos comunicarnos con Él no sólo porque entró en nuestra historia, sino porque vive en nosotros, como nos enseñó Cristo. En Dios vivimos, nos movemos y existimos. Lo encontramos dentro de nosotros y, por eso, decía santa Teresa, “no es menester ir al cielo, ni más lejos que a nosotros mismos” para hablar con Él en un diálogo de amistad íntima y directa en todo momento. La oración es el medio para hacerlo.

En el nº 2.631 de Vida Nueva.

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