Comienza la campaña electoral más crispada de los últimos años

PSOE y PP se lanzan a la caza  del voto indeciso ante los comicios generales del próximo 9 de marzo

(José Carlos Rodríguez Soto) Si la política es el arte de gobernar y gestionar los asuntos públicos, en tiempos de campaña electoral se transforma a menudo en espectáculo de diálogo de sordos donde la imagen es más importante que los logros, se venden sueños a los seguidores y se lanzan acusaciones a los rivales. En España, además, se puede convertir en algo muy parecido a un combate de boxeo en el que el objetivo es dejar al adversario fuera de combate. Así quedó de manifiesto en el debate televisivo cara a cara celebrado el 25 de febrero entre los dos principales candidatos, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, el primero de este tipo después de quince años, que había despertado una gran expectación y fue seguido por 12 millones de personas.

Tanto la prensa española como la internacional coincidieron en destacar que el debate se centró más en un agrio intercambio de acusaciones y reproches que en las propuestas de sus programas. El líder del Partido Popular fue agresivo y contundente en el ataque personal, repitió una y otra vez que Zapatero había “mentido” y llegó a acusarle de agredir a las víctimas del terrorismo. El dirigente socialista, que insistió en los logros económicos y sociales de los últimos cuatro años, contraatacó sacando a colación temas como la guerra de Irak, la teoría de la conspiración del 11-M y los supuestos fallos de Rajoy en el gobierno de Aznar. A medida que progresaba el toma y daca dialéctico, Zapatero se mostró más nervioso y repetitivo e interrumpió repetidamente a un Rajoy que cada vez entraba más a degüello buscando la confrontación. Los periódicos españoles –más alineados políticamente que nunca– ofrecieron al día siguiente sus encuestas, con resultados muy divergentes.

Más sentimientos que razones

Si se trataba de movilizar al público más por los sentimientos que ofreciendo razones (a pesar de que ambos utilizaron gráficos que parecían más armas arrojadizas que datos objetivos), los candidatos estuvieron a la altura, aunque fuera a costa de mostrar que son incapaces de dominarse y escuchar. Inquietos y tensos, pusieron en evidencia que la campaña –y pre-campaña– electoral, previa a las elecciones del 9 de marzo, ha sido la más dura y crispada de los últimos 20 años. Esto ha sido evidente en la primacía de los eslóganes sobre los argumentos. Preocupados por la escasa diferencia de puntos que las encuestas daban a los dos partidos principales, éstos se lanzaron a la conquista del voto indeciso con una política del “todo vale” en mítines, programas televisivos, vídeos colgados en Internet y guías electorales: el Partido Socialista ha descrito a los populares como “dinosaurios”, “gánsters” o “cavernícolas de la extrema derecha”. El PP se ha cansado de presentar a Zapatero como “mentiroso”, “incapaz”, persona a la que no interesan los problemas de los españoles y a quien “se le ha subido la Moncloa a la cabeza”.

Al margen de ellos, Izquierda Unida ha hecho gala de un anticlericalismo que hacía muchos años que no se veía en una campaña. A los clásicos temas de debate político en España, como el empleo, el terrorismo, la política exterior, la educación o la economía, la inmigración ha tomado un puesto de primera línea, sobre todo desde que Rajoy –que insiste en “poner orden” esforzándose por mantener un difícil equilibrio en su lenguaje que no le permita ser tachado de “xenófobo”– presentara su propuesta de hacer firmar a los inmigrantes un contrato de integración, algo que Zapatero calificó como de “papel de delincuentes potenciales”.

Por si fuera poco, surgió un nuevo problema durante los primeros días: bandas de radicales violentos intentaron agredir a las candidatas María San Gil, Dolors Nadal y Rosa Díez en actos que intentaron reventar en varias universidades. Dos consejeros madrileños del PP fueron también zarandeados e insultados durante una visita a un hospital en Madrid. Rajoy culpó al Gobierno socialista del “envalentonamiento de los radicales”. En una situación así habría sido oportuno una palabra de llamada de atención por parte de los obispos españoles, los cuales, en su nota sobre las elecciones, no han hecho referencia al papel de los medios de comunicación, aspecto que sí estaba en las de 2000 y 2004. “Tal vez sea para no hablar de la COPE”, apuntó Oriol Domingo, responsable de información religiosa de La Vanguardia durante el acto de los 50 años de Vida Nueva

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